"Te recorre algo por dentro que no te pasa con ninguna otra cosa". Así define Juana, una de las vecinas de Caleros, lo que siente cuando pasa la virgen por su calle. "Cuando pasa por mi casa siento una emoción que no se puede explicar, es que hay veces que se me saltan las lágrimas", ratifica. La devoción en Caleros no falta, no obstante todas coinciden en una cuestión. Cada vez son menos las vecinas que quedan en la calle para honrar a la patrona.

"Antes salíamos todas, nos poníamos de acuerdo y comprábamos las banderas para animar la calle". Isabel recuerda también cuando ellas mismos montaban el arco que preside la travesía. "Antes no lo ponía el ayuntamiento y con las flores que sembrábamos lo arreglábamos de manera manual". Ahora el consistorio reparte arcos en varios puntos del recorrido, entre ellos Caleros y la plaza Mayor. Isabel asegura que esto se debe a dos motivos. "Hay muchas casas cerradas de gente que ha fallecido o se ha marchado y por otro lado, los jóvenes ya no quieren implicarse". Todas coinciden también en que las nuevas generaciones que llegan a la calle no sienten el fervor que se respiraba hace unos años en la ciudad.

"No sabemos por qué", argumenta Juana desde el balcón de su casa. Eso sí, una cosa hay cierta, la devoción se pasa de generación a generación. Juana la heredó de sus padres y ella se la ha transmitido a sus nietos. Montse, otra vecina que vive más arriba, también la heredó de su madre que ha fallecido hace poco. "Yo soy muy devota", apunta Juana con el mismo orgullo que ratifica que sus hijos lo son, y sus nietos "si Dios lo quiere", también lo serán. "La virgen de la Montaña siempre se lo merece", concluye.