Todas las religiones tienen sus tiempos fuertes, tiempos especiales en los que piden a sus fieles un esfuerzo mayor porque se celebran acontecimientos importantes que es necesario, primero comprender, después asumir y por ultimo celebrar. Es verdad que en el calendario litúrgico cristiano (lo mismo que en las otras confesiones) hay otros tiempos de la misma importancia, pero este que estamos a punto de comenzar tiene un significado especial.

Son días de una singularidad distinta, que piden orientar la reflexión y poner el acento en temas y cuestiones de resonancia especial. El que nos ocupa son cuarenta días de preparación para celebrar los acontecimientos de final de la vida de Jesús, y que culminan con la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo.

Si decimos que es un tiempo de ayuno, oración y limosna, ya comenzamos mal, porque a la gente le suena a lo de siempre, se desconecta de lo fundamental y continua haciendo lo de todos los años. Pero si decimos que es un tiempo donde intentamos hacer desaparecer de nosotros todo lo que no es necesario, y que a la larga nos hace ser más débiles y dependientes; tiempo donde sentimos más cerca de nosotros la presencia de Dios en todo lo que hacemos: trabajo, descanso, relación con las personas; y tiempo donde intensifico mi colaboración en todo lo que lleve a superar las desigualdades y las necesidades de los que menos tienen, digo lo mismo pero de otra forma.

Si nos damos cuenta, en realidad, estamos hablando de un mensaje que es el que está presente a lo largo del todo el año, pero que ahora lo hacemos con la mirada fija en los acontecimientos de la Semana Santa. Lo importante es lograr que los que celebran este tiempo lo hagan dando importancia a lo que de verdad la tiene y no dándosela a lo que no tiene ninguna.

Es cierto que es un tiempo que comienza con una manifestación popular que puede hacer que más de uno se distraiga de lo fundamental. Los carnavales que anteceden a estos días y de cuyo origen se ha hablado mucho, reflejan una realidad digna de análisis y nos hace pensar en que no es lo mismo ofrecer un mensaje que imponerlo. El respeto a la pluralidad de todas, he escrito todas, las manifestaciones religiosas es una buena demostración de la calidad de nuestra convivencia democrática.