Muchos años atrás (más de 30, menos de 35) alguien me llevó a El Cuartillo. Jugué al tenis un par de veces en el recóndito y alejado espacio en el que estaban situadas las pistas, apartadas del centro neurálgico de la instalación, por entonces casi 'en pañales'. Las sensaciones eran siempre de soledad. Hacía calor, un tremendo calor, y mi raqueta Slazenger de 3.000 pesetas, de esas de andar por casa, se comportaba con torpeza. ¿O quizá era yo? No he vuelto a practicar ese deporte. Pero sí he vuelto en muchas ocasiones a ese maravilloso espacio recreativo-deportivo de la ciudad con sensaciones encontradas.

El Cuartillo es un lugar maravilloso, tan en boga ahora por la polémica suscitada con la disputa de los partidos de fútbol del Cacereño. Rugby, atletismo, fútbol, tenis... además de un gimnasio al que van a diario más de 200 personas, de un lado; y un lugar de asueto incluso con la posibilidad de pasear y hacer barbacoas, en lo recreativo. ¿Se puede pedir más? No. ¿O sí? El espacio polideportivo está muy bien utilizado desde hace bastantes años. Me consta.

El sábado pasado sentí vergüenza. Vi a un anciano pasar a duras penas el terreno ondulado que conduce a la entrada. Se apoyaba en su bastón el que sin duda era de los socios más antiguos del Cacereño. Pensé que terminaría en el suelo. Afortunadamente no lo hizo, pese a sus peligrosos tambaleos. Después, en el partido, comenzó a llover. Lo que faltaba. ¿Qué ocurrirá en el crudo invierno? El Cacereño es un referente de la ciudad. Sus aficionados, unos benditos sufridores. Lo han sido durante toda su historia. Pero su traslado adquiere tintes de humillación. El 'catovismo' no se lo merece.