Queridos niños y niñas, érase una vez una vieja ciudad en la que habitaba, desde hacía más de un siglo, un hospital que desde su creación había resistido las agresiones de las enfermedades y dolencias que embestían a la población. En sus orígenes había sido el primer centro sanitario de la ciudad donde se curaban todo tipo de personas, sin necesidad de recurrir a la caridad. Precursor de lo que ahora se denomina Sanidad Universal. Cuando ya había cumplido más de cien años de vida se decidió, por parte de los ilustrados del lugar, que era demasiado antiguo para seguir siendo hospital y decidieron cerrarlo porque se había construido uno nuevo que convertía al veterano Hospital Provincial en un dispensario obsoleto. Para despedirlo, los ciudadanos le organizaron diferentes actos de homenaje. La población se abrazó literalmente a su antiguo hospital, que había sido lugar para la esperanza de los numerosos enfermos de la extensa provincia cacereña.

En aquel oscuro invierno de 2019, las gentes de Cáceres se despedían del viejo hospital y a la vez se generaba un debate social sobre cuáles serían los usos que este edificio histórico había de tener en el futuro. Se oyeron esos días opiniones de toda índole. Unos querían que fuese una residencia de ancianos, otros consideraban que su uso debía ser de carácter cultural y hubo hasta quienes solicitaban que se instalase en el histórico edifico un centro comercial o quienes pretendían convertirlo en sede de unos grandes y afamados almacenes donde siempre es primavera. Su emplazamiento, que en origen obedecía a estar fuera del casco urbano sobre un cerro bien ventilado para que los enfermos gozasen de un lugar de atmósfera limpia, lo convertía en un edifico apetitoso para muchos quehaceres, por haber quedado ubicado, con el paso de los años, en el centro de la ciudad, en pleno ensanche, integrado en el inmediato Paseo de Cánovas, columna vertebral en torno a la cual se ha concebido gran parte del desarrollo urbano local en lo últimos cien años. Ahora eran muchos los que suspiraban por el sentenciado hospital, hasta que la vieja villa se vio sacudida por una fatídica peste, de dimensiones mundiales, que llegó repleta de víctimas y miedos.

El primitivo y anticuado hospital, al que se daba por muerto, resucitó de momento y por necesidad para cumplir con las obligaciones que le imprimía una terrible crisis sanitaria, no muy diferente a las de sarna, viruela o tifus que había combatido a lo largo de su vida. Regresaba para ponerse a disposición de la esperanza y de la ciencia médica. Sus pasillos se volvieron a llenar de batas blancas y a sus habitaciones regresaron aquellos que necesitaban curarse de un virus desconocido y letal que atacó como nunca había ocurrido a las gentes de Cáceres. En un acto de solidaridad, vocación y compromiso, retornaron profesionales de la medicina que ya se habían jubilado. Volvió el olor a hospital a sus dependencias, a las que se reintegraron aparatos y enseres que habían sido reubicados. El viejo hospital cacereño estaba de vuelta, renacía para ser lo que siempre fue, un lugar de peregrinación para los que se sentían escasos de salud.

Pasado lo más cruel y trágico de la epidemia que en la primavera de 2020 ataco a las gentes del lugar, no se volvió a hablar sobre el futuro del viejo hospital. Quizás el destino, caprichoso y sabio, había advertido a la ciudad que el curtido hospital seguía siendo necesario para hacer frente a los retos de un futuro incierto. Y colorín colorado este cuento no se ha acabado.