Uno de mis placeres preferidos es almorzar con Federico Vázquez, porque eso te garantiza dos cosas: buenas croquetas de jamón e interminable sobremesa. En uno de esos almuerzos me refirió un epigrama que viene muy al caso. Es el siguiente: Donde el gato en verano el tiempo pasa/ es el sitio más fresco de la casa./ Y el mejor paseo donde se vea/ que un buen grupo de curas se pasea./ Siempre fueron muy sensatos/ los curas y los gatos. El Paseo de San Francisco fue uno de los primeros lugares de esparcimiento que tuvieron los cacereños antes de la creación del romántico Paseo Alto o del Paseo de las Afueras San Antón.

Inauguraron, sin duda, esta tradición los frailes franciscanos, muy dados a lo deambulatorio, si hacemos caso al dicho tan cacereño aplicado a quien no va a los sitios por la vía más recta que dice: pareces los frailes de San Francisco, que para ir a Santa María pasaban por la Plaza. Aquí sucedían las caminatas diarias, en busca de aquellos beneficiosos baños de oxígeno que tanto obsesionaban a nuestros antepasados, y que sólo se interrumpían los días de romería en que todo Cáceres se encaminaba a la ermita correspondiente. Las clases populares lo hacían a pie y los señores, a caballo o en coche, dirigiéndose, éstos últimos, hacia la Huerta del Conde, lugar de aristocráticas tertulias y tiro de pichón, situado junto a la Fuente del Rey. Esta fuente, manantial natural de la Ribera del Marco, no tiene ninguna vinculación con la Corona (como muchos otros topónimos que incluyen Rey, Reina o similares) sino que procede del árabe rah , que quiere decir molino.

Al pasar la aristocracia, el pueblo cantaba: Los señores de levita/ todos cenan con un huevo,/ por eso las señoritas/ gastan mantillas de velo. La Huerta del Conde es un pabellón de recreo, originalmente de la familia Ulloa, Marqueses de Castro Serna, que recayó en el Conde de Adanero y de ahí su denominación. De los Castro Serna pasaría a los Vizcondes de Roda, por el matrimonio de Matilde de Ulloa Calderón, hija del VIII Marqués con Román María Jordán de Urríes y Ruiz de Arana. Colocaron sus armas sobre la fachada, muy similares a algunas que se conservan en el Palacio de Roda de la Calle Condes y a las del Lavadero de Don Miguelón.

Se trata de una hermosa construcción señorial, reformada, a lo largo de los siglos, con buen gusto. Construcciones añadidas nos hablan de una casa vivida. Presenta una hermosa portada de medio punto con dovelas cuadrangulares resaltadas y vanos con hermosos frisos (alguno decorado con florones). Muestra una hermosa escalera exterior, en cuyo arranque, se sitúa una columna gótica, cuyo cimacio se decora con ovas y una armería de Jordán de Urríes. En el cuerpo superior de la escalera, se encuentra un azulejo, de acarreo, posiblemente cartujano, que indica la Plaza de Cristo Rey y muestra una crucifixión. Se enmarca entre hermosas columnas dóricas. Existen hermosas forjas y también posee una pequeña torreta

El invernadero

Posee, incluso y añadido en época más reciente, un hermoso invernadero de plantas tropicales, aprovechando una logia, elevada y acristalada, de arcos rebajados. Pero, al exterior, sigue conservando un hermoso jardín romántico, plantado a finales del siglo XIX, el único jardín romántico particular relevante que queda en el núcleo Cáceres. Es propiedad de los Ulecia.

Y de los curas, a los gatos. Frente a la Huerta del Conde se levanta un arco, último y único testimonio del Cementerio del Espíritu Santo, que se enclavaba sobre la actual Avenida de la Hispanidad. El único que tuvo Cáceres desde la desaparición de los cementerios parroquiales, conventuales y hospitalarios hasta la creación del actual cementerio. Este arco, de ladrillo, mampuesto y mortero, de notables dimensiones, presenta un vano de medio punto y frontón coronado por remates ornamentales esféricos y ovoides. Posee un cerramiento que bien merecería ser arrancado.

No lejos de aquí, en Fuente Fría, está el lugar de la Calleja de Mansaborá, en el que, según la tradición, todas las noches de San Juan a la medianoche, se materializaba el fastuoso palacio del Rey Moro, donde se aparece la mora encantada, seguida de una gallina de oro con sus doce polluelos, ricamente guarnecidos de piedras preciosas, que hacen rico a quien los atrapa. Nunca me ha dado por ir a ver si se aparecen el palacio o la mora, pero el que desapareció es el arco almohade que aquí se levantaba, derribado en 1998, por orden del Ayuntamiento, para que tuvieran acceso los camiones a una obra. Más barbaridades y más despropósitos para nuestro patrimonio.

Visto que me ha dado por los cantos populares, y pensando en tanto muerto, cementerio y espectros, me viene a la mente la vieja copla que cantaron nuestros tatarabuelos uniendo el amor con la muerte el día de los Difuntos. Es esta: Cuatro reales le he dado/ a las ánimas benditas/ pa´ que no ronde tu puerta/ aquél que te solicita. Está bien por hoy.