Ha comenzado el curso político y las perspectivas no son muy buenas para los ciudadanos, porque entramos en una sucesión de elecciones que pasarán a ser el centro de la actividad de los políticos. Las hay con fecha señalada en mayo, como las municipales y autonómicas, y a ellas se sumarán las andaluzas antes de Semana Santa.

Si los partidos independentistas encuentran un voluntario que esté dispuesto a pasar a la historia como un traidor al acotar su proyecto a la Constitución aunque sin renunciar a la epopeya literaria, las tendrán también en Cataluña. Incluso pudiera ser que Sánchez convocara las generales en otoño si los vientos de las encuestas le siguen siendo favorables y las dificultades de su minoría de diputados no le obligan a convocarlas antes.

Esta proliferación y segmentación de elecciones es en algunos casos injustificable. ¿Por qué Andalucía ha de separar sus elecciones autonómicas del resto de comunidades? Por cálculo político de los partidos. ¿ Y por qué Cataluña? Porque deben dejar muy claro que son diferentes al resto.

Todo esto conduce a un gasto público y de los partidos perfectamente evitable pero sobre todo ralentiza la toma de decisiones e incluso la paralización de las administraciones porque los pactos y acuerdos entre partidos se hacen imposibles y las reformas van encaminadas a ganar unos votos sin rozar siquiera las que debían ser estructurales.

La vida política se desarrollará alrededor del calor inmoderado de los mítines, se emponzoñará aún más y el «tú más» estará a la orden del día.

Aparecerán nuevos casos de corrupciones y corruptelas. Los partidos que sirven como muletas, caso de C`S en Andalucía y Podemos en Extremadura, buscarán cualquier escusa para romper alianzas y buscar su hueco electoral. Eso sí, los pactos que ahora no son posibles lo serán una vez celebradas las elecciones porque las exigencias disminuirán y el olor del poder hace milagros. Mucho teatro.