Dice el tango que 20 años no es nada, y --cierto es-- nada son comparados con 21 siglos de trazado urbano y 10.000 de poblamiento. ¿Deberemos sentirnos orgullosos de ser Patrimonio de la Humanidad? La respuesta es no. Se deberán sentir orgullosos, en sus tumbas, quienes trazaron los edificios, quienes los sufragaron y quienes los construyeron. Nosotros nos hemos limitado a conservar lo que de otros recibimos, y hasta cierto punto.

La consecución de la declaración de Cáceres como Patrimonio de la Humanidad, ocurrida el 26 de noviembre de 1986 y que fue oficialmente inscrita en el Libro del Patrimonio el 9 de diciembre, fue una maratón que tuvo sus particulares filípides. Solo nombraré a dos, sin necesidad de entrar en disquisiciones, aunque la lista es prolija: Alfonso Díaz de Bustamante y Juan Iglesias. Dos seres ilustrados y sensibles que tanto contrastan con el resto de la galería. Bustamante, porque junto a Canilleros, Cavestany, Valcárcel y otros cuantos, reiventó la Villa Alta. Juan Iglesias, el mejor --a mi juicio-- alcalde de Cáceres, por conseguir el triunfo. En vez de una mísera placa, debería primar el sentido común y hacerlo Hijo Predilecto porque a él sí que le sobran motivos para serlo.

Y todo esto del Patrimonio, ¿para qué? para tener una ciudad monumental muerta, llena de instituciones a las que no va ni el gato, reconstruidas --unas con mucho criterio, otras con ninguno-- como les da la real gana mientras a los particulares les tiran las casas por elevarlas medio metro. Mobiliarios urbanos que claman al cielo por su falta de acierto, intervenciones llenas de cantería foránea que duelen a la vista, cableados por doquier, azulejos de antología del disparate, la Torre de Bujaco llena de pingos, la plaza Mayor que no puede estar más horrorosa, ni tener cabida en ella actos más catetos ni surrealistas. Y no sigo... tristeza y desolación que nos vienen muy bien cuando queremos escribir algo melancólico.

¿Dónde está el turismo? De paso, porque no hay nada que hacer ni ver. Y un turismo, que mejor ni hablamos. ¿Dónde están los cacereños? En sus casas: intramuros muerto, sin un mal paseante, porque, no nos engañemos, hay muy pocos motivos para ir, excepto en Semana Santa, la Virgen y el Womad. Los numantinos residentes se enfrentan a las mil trabas, los emprendedores se las ven y se las desean para poder montar o llevar adelante su negocio. La ignorancia nos lleva a esto, la falta de criterio, un día, llevará a convertir ese gran escenario en una pieza encerrada en su teca a medida.

Y Cáceres --´Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon su sien´-- lo celebra, sin querer enterarse de nada, sin querer pensar, con aires triunfales para mayor gloria de los de la foto, con un programa de actos --muy al uso-- en el que solo faltan la Orquesta Zafiro, la elección de la Reina de las Fiestas y el reparto gratuito de las roscas de anís. Dijo Valdivia que me duele Cáceres, y es cierto, me duelen los continuos desprecios que se le hacen y que se le harán, porque el día menos pensado nos recalifican la parte antigua y levantan en ella unos grandes almacenes.