Mi amigo Paco es profesor. En la memoria de algunos de sus compañeros aún perduran unos tiempos en los que un profesor, y no digamos un maestro, tenía prestigio e incluso era respetados por los alumnos. Eso sí, para compensar, les pagaban una miseria, pues no en vano vivimos en un país que ha consagrado un refrán: «Pasas más hambre que un maestro escuela». Más tarde les subieron el sueldo y, sería también para compensar, les bajaron la estimación, les restaron autoridad y los convirtieron en los mayores enemigos de los educandos y de sus familias. Ahora incluso los padres ponen en huelga contra los profesores a unos imberbes de pocos años. Puesto que el número de alumnos por aula es excesivo, el horario menguado, las asignaturas demasiadas porque le obligan a enseñar cosas que nadie quiere enseñar aunque deberían hacerlo, considera necesario poner deberes a sus alumnos pues además sirven para que aprendan a trabajar individualmente y para comprometer a la familia en su formación académica. Pero mi amigo Paco es muy sensible para algunas cosas que él considera trascendentales, como por ejemplo la vida familiar. Sabedor de que algunas familias no quieren que sus hijos lleven deberes a casa porque entorpecen la vida familiar decidió no prescribirlos un fin de semana. Menuda algarabía se formó en la clase. Nadie se acordó de la pésima conducta sexual de la madre de Paco. Y si hubo jolgorio en el aula imagínense lo que sucedió en las casa de sus alumnos. Claro que Paco sabía lo que sucedería en algunas casas, que no quiere precisar si son muchas o pocas. Por ejemplo en la de Pipe. Plan para esta tarde: «Como tu padre tiene que ver el partido, tu hermana se ha ido con su amigo a Matalasperras a un concierto de ‘Los Buitres cabreaos’ y yo me voy de rebajas, ahí tienes la tablet, el ordenador y la play. Y no vuelvas tarde del botellón». Si es que no hay nada como la vida familiar.