En una ocasión, cuando la vida era normal y corriente, cené en uno de los restaurantes que hay en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Aunque era de noche, en la carta aparecía Cocido Deconstruído, y como es natural me aventuré a probarlo. Sensacional. Una especie de arandela centrada en el plato, encerraba todos los ingredientes, olores, colores y aspecto de un buen cocido. Créanme, hasta la sopa de lluvia con sus garbanzos, el choricito, el repollo y el pan con el tocinillo, lo que por aquí se dice la pringá.

Ahora que los psicólogos voluntarios de RedCor nos desescalamos -nuevos tiempos, nuevos lenguajes -, cabe lanzar unas reflexiones sobre lo que no se ve y gobierna la vida de cada uno de nosotros: el psiquismo.

Ya sabemos que hemos de procurar alejarnos del otro; evitar el contacto y la cercanía física. Tras la máscara, aprenderemos a sonreír de otro modo. Yo siempre insisto en la conveniencia de continuar con la sonrisa. La sonrisa es de y para uno. El de enfrente la ve o no. Lo importante es que el que la emite la sienta.

Durante esta pandemia, los sujetos (en el triple constructo bio-psico-social) han tenido varias oportunidades para pararse y ver, sentir, pensar, argumentar, debatir, dibujar, leer, escribir, cocinar, intercambiar, meditar, hacer mandalas, encontrarse o desencontrarse con la familia, fotografiar desde la ventana… Hemos podido percibir quien o quienes son realmente importantes para nosotros como sujetos, y hemos tratado de asirlos en la incertidumbre humana en la que nos encontrábamos.

Incertidumbre. Temor, miedo, desconcierto, dolor, confusión, soledad, ansiedad… Todos estos elementos han estado presentes en nuestra mesa o nos han impedido comer. Sujetos al fin y al cabo desprotegidos de la organización social, nos hemos derrumbado -unas veces visiblemente otras no- en nuestra intimidad, y hemos fagocitado los recursos que teníamos para mantenernos en pie. Afortunados aquellos que como los niños, se ajustaron al momento presente y supieron mantener la atención en el día a día, en las actividades cotidianas ahora crecidas como mástiles salvavidas. Afortunados los que hallaron en sus emociones una almohada reconfortante. Cada uno de nosotros ha pasado un examen individual con resonancias y raíces en el pasado, desconcierto en el presente y abrumadora desconfianza en el futuro. Ahí estamos. Es aquí donde viene lo de la deconstrucción.

Ya se nos cocinó lentamente, como un buen cocido, con los elementos base disponibles en nuestro origen genético y los educativos del entorno. Socialización a medida de lo aprovechable por los guisanderos. Con amor. Unas veces sí y otras no.

En el proceso actual, en que no está permitido derramar caldo del plato ni que rebose la ración, cada uno de nosotros puede creerse que tiene poder para haberse desorganizado y vuelto a organizar, en los límites impuestos, o dejarse caer en la indolencia y la nostalgia cuando no en el miedo.

Las cosas van a ser de otra manera; están siendo de otra manera. Cabe la reflexión. Cada persona puede revisarse inteligentemente en estos nuevos tiempos, prescindiendo de unas cosas y añadiendo otras, según haya sido su experiencia -si ha sido capaz de registrarla en este evento sanitario/social para aprender de ella. Los psicólogos hemos repetido hasta el hartazgo: agárrense a sus rutinas; vivan el día a día; lo pequeño es importante.

La Construcción Social de la Realidad, en palabras de Berger y Luckmann (1966), es creación de los sujetos y proporciona no solo entidad ante la comunidad, sino seguridad en la pertenencia. Queda por ver cómo irá construyéndose esta realidad, ya estudiarán los sociólogos esta faceta.

La persona, repito, bio-psico-social de la que nosotros hablamos, ha de abordar su reconstrucción y aprovechar los avatares, en la medida de lo posible a su favor, para afianzarse en la autonomía que este tiempo de intimidad le ha ofertado. Los límites serán invisibles, aquí no se verá la cincha, como en el Cocido Deconstruído del Bernabeu, pero existirán. Que cada una trabaje para situarlos de un modo integrador y así adaptarse mejor a los cambios. Es posible. Poner límites no significa quedarse ciego y aislado dentro del círculo. Significa poder ver mejor a los otros en la distancia y observar si hay platos y si están llenos. Significa saber ver también las necesidades de los demás.

RedCor, como decía al principio, queda de retén en el voluntariado con el deseo de no tener que apoyar de nuevo.

* La autora es Rafaela Díaz Villalobos, voluntaria del equipo de Psicología en la Red-Cor del Ayuntamiento de Cáceres ante la pandemia del coronavirus.