Mi amigo el panadero, como cualquier hijo de vecino, cenó opíparamente en Nochebuena. Que si esa noche se cena tan gran cantidad y variedad de platos exquisitos, hay que ver el hambre que pasaremos el resto de las noches del año a base de jamón de york y tortillas francesas.

Entre otras cosas le pusieron un riquísimo conejo. Ningún día del año sobra comida pues las amas de casa conocen perfectamente las dosis de cada cosa, una taza de lentejas o un puñado de garbanzos por persona, pero al salirse del sota, caballo y rey no aciertan y siempre sobra de todo. ¿Se van a preocupar porque sobre? De ninguna de las maneras. Así tienen comida para varios días.

Yo no me enteré hasta el lunes, pues el domingo no repartió el pan, pero el lunes apenas le abrí la puerta y tras los rituales de felicitaciones y comentarios sobre el tiempo, me espetó: "Si vieras como estoy de conejo. En Nochebuena cené conejo. Ayer comí conejo y cené conejo". Intenté consolarle solidarizándome con él: "No te preocupes. Eso me ha pasado a mi con un brazo de gitano hecho con la Thermomix". El hombre se culpaba a sí mismo: "La culpa es mía por decir aquella noche que el conejo estaba muy bueno". No lo creo pues yo no había dicho nada del brazo de gitano.

El martes ya ni esperó a los saludos o las explicaciones sobre el tiempo. Abrí la puerta y me gritó: "¡Pues ayer otra vez conejo!". Eso ya era demasiado porque el brazo de gitano no había durado tanto. Traté de tomármelo a cachondeo: "Seguro que si te hubieran puesto todos los días otra clase de conejo no protestabas tanto". Lo que no sobran nunca son los langostinos y las cigalas. A lo mejor es que los tienen contados.