Ayer no escuchó la noticia en los medios, y esta mañana, en el café, al pedirle al camarero la prensa, ha vuelto a apoyar la taza en su plato al encontrarse en la portada un titular parecido a este: "La justicia europea sentencia ilegal y abusiva la legislación española de desahucios". Se ha recolocado las gafas incrédulo, ha tomado con ambas manos el periódico y lo ha agitado varias veces (como si con este gesto las letras se reubicasen en el papel). Ha releído, y aún sin dar crédito, ha buscado el número de página en el que continuaba la noticia para avanzar hasta ella saltándose ésta y otras columnas, que ya leerá después.

Le imagino esbozando una sonrisa de triunfo, como si alguien por fin, le hubiese dado la razón a lo que tanto tiempo llevaba pensando. Quizás, incluso el café junto al diario hoy le sepa mejor. Acto seguido se pregunta: ¿De verdad es necesario, para que haya una reforma, que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea tenga que hablar? ¿Acaso no sabíamos todos que los procesos de desahucio en España son contrarios a cualquier ley que pueda denominarse "justa"? ¿No era suficiente con aplicar la lógica para haberlo hecho antes? El caso de los desahucios en España ha sido/es más que un insulto u ofensa al sentido común: es una afrenta contra el humanismo.

Miles de familias en la calle; una sensación del ciudadano de enorme impotencia al verse expulsado de su hogar, desalojado por la misma entidad bancaria que años atrás le concedió una hipoteca adornada de ilusiones; una angustia con nombre, apellidos y NIF, viviendo en la puerta de al lado; una desesperación llevada hasta extremos terribles, a veces hasta la muerte... Cerrará el periódico, y se preguntará qué sucederá ahora ante todos los procedimientos ya abiertos, si éste es el principio del fin, si se replantearán las próximas leyes hipotecarias, o si bien los bancos nos apretarán el cinturón un poco más, al saber que habrán de indemnizar lo que en su día se abonó. Se preguntará qué pasará ahora como yo también me lo pregunto.