El perfil de la pobreza está cambiando a pasos agigantados en Cáceres. Si hace tres años la población inmigrante era casi mayoría en las colas de reparto de alimentos, ahora ocho de cada diez son nacionales. No se trata de personas en situación de marginalidad, sino de matrimonios jóvenes con hijos que han perdido el empleo, y algunos también los subsidios. A veces se refugian con sus padres y éstos salen a pedir ayuda al ver como el hogar se llena de nuevo pero la pensión no da más. Las organizaciones asistenciales han multiplicado su trabajo y entregan lotes de comida para un mes, pagan recibos, abonan fármacos... Son los nuevos pobres, que no pasan hambre pero comen lo básico, y destinan lo poco que tienen a lo prioritario: el pago de la hipoteca para no verse en la calle.

Las principales entidades benéficas que trabajan en Cáceres están asistiendo a la mayor oleada de necesitados de las últimas décadas, y la situación se ha agravado en 2011. EL PERIODICO ha querido conocer la situación de todas ellas, testigos excepcionales de la crisis. Es el caso de las conferencias de San Vicente de Paul, que forman una de las mayores redes de asistencia. Tienen el único comedor social de Cáceres, a cargo de las Hijas de la Caridad, y el único supermercado donde los alimentos se venden al 25% de su valor, además de voluntarios en ocho parroquias. "Desde hace tres años, y sobre todo en este último, venimos atendiendo a un 70% más de personas. La situación no es nada buena...", reflexiona el presidente provincial, Juan Marín.

Por ejemplo, cinco de sus voluntarios se están empleando a fondo para atender las necesidades de la zona sur. Forman la Conferencia de San Vicente de Paul del Espíritu Santo, que atiende seis barrios: Llopis, Las 300, Las 232, Charca Musia, Casa Plata (la mitad del residencial) y Espíritu Santo. Cada mes realizan dos repartos de alimentos, el suyo propio y el de las voluntarias vicencianas. Hace tres años acudían unas 15 familias, ahora ya son 80. Desde primera hora hay cola, y la entrega de comida se prolonga toda la mañana hasta pasado el mediodía. Los cinco voluntarios, el menor de 65 años de edad, mueven unos 3.300 kilos de víveres cada mes con sus propias manos, y llevan anotado, kilo a kilo, paquete a paquete, todo lo que entregan.

Actualmente, y dadas las circunstancias, los vicencianos solo pueden incluir en su listado a las familias que ingresan menos de 400 euros mensuales. De hecho, a todas se les exige numerosa documentación: certificado del Sexpe, certificado de empadronamiento, libro de familia, informe de los servicios sociales, certificado de la hipoteca o del alquiler... "Hay quienes se quedan fuera porque reciben 500 euros y nos preguntan: ¿Pero usted vive con 500 euros? No sabemos qué contestarles", reconoce el presidente de la conferencia, José Antonio Frade.

SIN ESPACIO PARA MAS Pese a ello, hay tantas familias en situación límite que dentro del local ya no caben más alimentos. Por ejemplo, en el reparto de octubre no habrá aceite ni fabada porque no queda hueco para apilarlas, y eso que el Banco de Alimentos de Cáceres, que surte a los vicencianos, sí dispone de envases para entregarles. La solución pasaría por crear una nueva habitación en el patio, pero la obra cuesta 6.000 euros y el poco dinero que entra se destina íntegro a la asistencia social (pago de recibos, hipotecas, medicamentos...). "Si sufragamos la reforma, tenemos que reducir las ayuda", lamenta el presidente.

De hecho, mientras esperan la respuesta de las instituciones consultadas, que de momento no se comprometen a financiar el proyecto, los vicencianos han tenido que dejar de pagar las facturas del supermercado a una decena de familias a las que se les daba gratis toda la alimentación (además del reparto mensual), para ahorrar y afrontar la obra. "Es que tampoco podemos acoger más familias nuevas", lamenta José Antonio Frade.

En Cáritas, las sensaciones no son mejores. Se trata de la mayor organización asistencial, presente en 82 parroquias de la diócesis cacereña, y por tanto con una amplia percepción de lo que está ocurriendo. "Hemos multiplicado la ayuda por tres desde 2008", afirma el delegado diocesano, Jesús Moreno.

La crisis ha hecho mella especialmente en familias vinculadas al sector de la construcción, "porque fueron las primeras en perder el trabajo y a estas alturas ya no perciben ningún subsidio", explica el sacerdote. De hecho, las barriadas periféricas son las que más están sufriendo la coyuntura, al igual que los pueblos del entorno de Cáceres, que han vivido durante años del boom inmobiliario de la capital.

Por tanto, la crisis ha llevado hasta los servicios asistenciales a personas que antes era impensable ver en esta situación. Son familias jóvenes, integradas en la sociedad, de apariencia normalizada . "Hablamos de matrimonios con hijos que pierden el trabajo y atraviesan serias dificultades. El paro se les acaba y deben seguir pagando la hipoteca, la alimentación...", señala Jesús Moreno. Cáritas presta una atención diversificada, desde alimentos hasta alquileres de viviendas o programas de empleo.

PEOR EN LA CIUDAD De hecho, la situación es casi más complicada en la ciudad que en los pueblos, donde porcentualmente hay más pensionistas que sobrellevan mejor las circunstancias, aunque sufran las consecuencias. La crisis también ha cambiado la proporción de inmigrantes. Ahora son minoría en las colas de alimentos porque muchos han optado por volver a sus países de origen ante la falta de trabajo. "En cambio, los que se quedan se encuentran solos, sin una familia que les ayude", explica Jesús Moreno.

Lógicamente, la crisis también se deja notar en el Centro de Transeúntes de Cáritas, junto a la estación de trenes, que tiene sus 16 plazas ocupadas. Se trata de