TTte has ido, Paquita, a pesar de haberle hecho frente con obstinación a la enfermedad. Me pregunto por qué Dios ha querido llevarse a un ser tan valioso. Quizás por eso precisamente, o, tal vez, por un porqué que se escapa y se alza por encima de toda comprensión terrenal. Y es a partir de esa incógnita tan dolorosa, cuando debemos buscar el rastro de tu vida donde reside el bien que hiciste entre tus seres más próximos y queridos, y entre las personas vinculadas de alguna manera contigo.

La profundidad de tus valores, dejaron en el corazón de los que tuvimos la suerte de tratarte y quererte, una hondura valiosísima. A través de esa riqueza espiritual se expande la vida, que es, en realidad, tu continuidad entre nosotros. Porque tu pérdida lleva implícita una parte de lo más hermoso que existía en ti y que, generosamente, nos entregas a todos, un conjunto de cualidades que es puro desprendimiento.

Luego no hay que hablar de muerte sino de vida. Tú continúas dentro de nosotros. Tu alegría, comprensión, respeto y reconocimiento hacia el prójimo, ya forman parte de nuestro propio devenir cotidiano como un referente, porque a tu lado aprendimos a ser mejores. Tampoco quiero hablar de despedida. No nos digamos adiós, Paquita, puesto que vas a estar siempre dentro de nuestros corazones. Pensemos mejor en la alegría del reencuentro, pues tarde o temprano llegará. Mientras tanto, jamás te olvidaremos, porque como un día escribió el poeta: "...y defienden su imagen del olvido, para que un día, al trasponer las nubes, la reconozcan pronto entre los ángeles".

* La autora de este artículo es Mely Rodríguez Salgado.