TEtn el concurso de artículos de este año ha ganado Margarita Martínez Barbero, una excelente profesora. Los que me leéis sabéis que tienen como premio la publicación del artículo. Os dejo con Marga: Cuando comencé a recibir lecciones de piano a los 7 años, mis padres no podían permitirse comprarme un instrumento para practicar en casa, así que dibujé en el borde de la mesa de la cocina -de color blanco- el registro completo de un piano con cada una de sus teclas: negras y blancas.

Solía colocar mis partituras en un atril de lectura y golpear la mesa con mis dedos, cuidando la digitación y la intensidad de los golpes para matizar ese sonido mudo. Con el tiempo, conseguí imaginar con una gran precisión la música. Cada golpe de mis dedos parecía explotar delante de mí en cientos de matices y armónicos, mudos para el mundo, pero muy reales para mí. Cuando llegaba a clase los sábados por la mañana, apenas comenzaba a sentir las teclas del "gran cola" hundirse bajo mis dedos y a escuchar realmente su sonido, me emocionaba tanto que me ponía a llorar. Ese piano me permitía exteriorizar toda esa belleza que hasta entonces sólo existía en mi cabeza, convirtiéndome simultáneamente en intérprete y público.

No he logrado ser una buena pianista, quizás porque descuidé el control de los contrapesos con malas posturas en mi digitación debido a esa circunstancia. Pero sí puedo vanagloriarme de ser "músico". Creo que he logrado tocar algo así como una parte muy profunda de la música, que entiendo bien y que forma parte de mi lenguaje y de mi forma de comunicarme con el mundo. El piano es una excusa, un intermediario entre la música y yo. Porque ese aprendizaje fue la acción de saber deshacerme de todo lastre hasta llegar a la más pura esencia de la música. Aprender es despojarse.

Y tú, ¿necesitas despojarte de algo?