Hay ocasiones en las que, aunque quisieras estar callado y no afirmar propuestas de las que no estás del todo convencido, no tienes más remedio que alzar la voz para dar tu opinión y que se oiga lejos; pues entiendes que la verdad debe ser proclamada, atendida y puesta en el orden de las cosas por encima de otras consideraciones secundarias.

Desde que comenzó a sonar el triste nombre de Diana Quer, los ecos de su desaparición y posterior tragedia retumbaron con especial insistencia en los ‘tímpanos’ de las llamadas redes sociales, en los ‘telediarios’ y en las páginas de los periódicos de todo el país. Pues Diana no era un caso aislado en el relato trágico de las jóvenes desaparecidas, asesinadas y sometidas a terribles sufrimientos por ciertas ‘bestias’ prehistóricas que aún perviven en nuestra sociedad. Bestias con apariencia humana, que han continuado cometiendo sus crímenes por debajo de esta apariencia de civilización, de templanza, de refinamiento y amor que la sociedad prefiere exhibir --y hasta juzgar benévolamente-- para demostrar así su evolución.

No creo que haya que volver a recordar a las desdichadas niñas de Alcásser, que dejaron aterrorizada y angustiada a la gente de bien, y cuyo posible asesino -dotado de una crueldad ‘monstruosa’- pudo entonces escapar a la laxitud de la justicia, y aún no ha sido juzgado. Tampoco podemos desechar los insistentes casos de Marta, de Sara, y de las numerosas desapariciones que se producen con terrible regularidad.

En muy pocos casos se encuentran sus restos y se descubre a su sádico ejecutor; y en menos aún se hace pagar a éste con una pena proporcionada a su crimen y a su sadismo.

Estos días pasados resonaron con insistencia en los medios y en las redes sociales el doble crimen del pantano de Susqueda, en Gerona, perpetrado el pasado 24 de agosto contra las personas de dos jóvenes: Paula y Marc, con la terrible precisión y premeditación de un malvado sicópata.

Sus cuerpos lacerados habían sido llevados a otra parte del pantano para lastrarlos y hundirlos en las aguas. El coche -en el que habían sido asesinados- también fue colmado de piedras y precipitado en el pantano. Todo indicaba la maldad y el sadismo de su asesino para ocultar las huellas de su crimen y salir indemne por entre los ‘trucos’ procesales que facilitan la impunidad.

La casualidad ha hecho que el acusado de esta terrible fatalidad; que ya había asesinado a su esposa hace años, y que había salido de cumplir una larga condena, fuera vecino de un pueblo gerundense llamado Anglés, que nos refresca los tristes recuerdos de aquel Antonio Anglés -del que hace años que nada se sabe- monstruoso asesino de las ‘niñas de Alcásser’, que llenaron las columnas de sucesos de los periódicos de noviembre de 1992, con imágenes y descripciones del triple crimen satánico, que nos dejó a todos helados de terror, al comprobar el grado de maldad y crueldad que aún puede albergar la mente humana.

Quizá sea el momento de reflexionar si nuestra sociedad debe ‘cargar’ con sus propios pecados, y sufrirlos pacientemente cada vez que estos atroces asesinos salgan de las prisiones. O mantenerlos aislados durante toda su vida - aunque revisando su regeneración como persona; y salvar así las vidas de muchos otros, como los jóvenes de Susqueda, víctimas de un criminal convicto, confeso y condenado solo parcialmente.