Sin fastos ni oropeles, tal como llegué aquella mañana a las instalaciones del Diario Extremadura en La Madrila, este navegante cambia de rumbo para arribar a otros puertos que impone la vida. Entonces, junto al calor del plomo se fundían las ilusiones de unos incansables artesanos de la imprenta; hoy, el uniforme de trabajo ha cambiado, pero no la vocación de informar.

En las alforjas del eterno aprendiz llevo los mejores recuerdos, los que compartí con la gente más cercana. Me moví por la arena de la amistad, del recelo frente al poderoso y amé la palabra por encima de todas las cosas. Fui esponja de consejos bienintencionados y roca contra la intolerancia. Fueron las lecciones de aquéllos que se cruzaron en este largo y complicado sendero. De todo y todos aprendí. Del justo y del reaccionario; del amable y del maleducado; del generoso y de la rapiña; del verbo y de las formas; del disfraz y la palabra sincera; del amor y del odio; de la sencillez y la grandilocuencia; en definitiva, dosis de vida y muerte que van esculpiendo cada momento de la vida de una persona.

Gracias a todos por construirme tal como soy. Atrás dejo una larga estela de vivencias y mucho más, lo que me permitirá no romper los lazos con estas tierras cacereñas.