Era una casa especial, y las piedras que la sostenían habían visto crecer más de 6 generaciones de una misma familia. En su umbral se reunían, año tras año, sin importar la década, un corrillo de mujeres que entre puntada y puntada de calceta, resolvían los problemas de todos los vecinos del pueblo, y a veces, incluso del mundo. En verano, abandonando el punto, alzaban la voz indignadas por la entonces actualidad social, añorando con nostalgia tiempos mejores; y lamentándose por no poder hacer nada para retornar a ellos, cambiaban de tema a golpe de abanico.

Pero aquellas mujeres no sólo dedicaban esas charlas del umbral para mostrar su preocupación: La mayor parte del tiempo que duraban aquellos coloquios era empleado en otros menesteres, sobre todo en el de presumir. Pero no se crean que presumían de cualquier cosa, no, presumían de sus hijos e hijas, de los nietos que crecían tan rápido, de lo lejos que habían llegado, de lo guapos y listos que eran, de lo bien que les iba, y de los objetivos que se habían marcado-Pero de lo que más presumían, sin duda, era de las veces que iban a visitarlas.

La casa delante de la que se sentaban estas ancianas ya no existe, en su lugar ahora se erige un bloque de apartamentos y un pequeño bar que ha cambiado de dueños tres veces desde que comenzó el año. Tampoco existen las charlas a pie de calle, ni las ganas de presumir, porque los hijos y nietos dejaron de hacer visitas. Continuaron añorando tiempos mejores, esta vez los periodos familiares en los que las reuniones eran más frecuentes, y lamentándose, sabían que no podrían retornar a ellos.

El pasado martes se celebraba el día internacional del anciano, dedicado a dignificar este sector poblacional que tenemos tan olvidado, y que habríamos de valorar infinitamente más. El 1 de octubre no es un día para ser marcado como único en el año, sino como un recordatorio de lo que deberíamos hacer a diario. Visitemos a nuestros ancianos, y aprendamos de su experiencia; enseñemos a nuestros hijos a valorar a los mayores, pues, sin duda, no hay mejor doctrina que ésta- Y presumamos, presumamos nosotros de nuestros ancianos, ya que así debería ser siempre.