Uno de los argumentos que con más fuerza objetan la existencia de Dios es la existencia del mal físico. Los teólogos, esos hombres que saben de la divinidad mucho más que los dioses mismos, han tratado de explicarlo sin éxito a lo largo de los siglos.

De ahí que algunos se pregunten ¿dónde estaba Dios en el momento del terremoto? Pues probablemente en el mismo lugar en el que se encontraba antes del terremoto y después del terremoto.

Ni lo sabemos ni nos importa porque el desarrollo del pensamiento y de las ciencias han conducido a las sociedades modernas y civilizadas a considerar acertadamente que la sequía no se soluciona sacando a los santos en procesión sino construyendo presas y pantanos.

Los problemas de este mundo no encuentran solución en los dioses, existan o no, se crea en ellos o no, y el recurrir a ellos es una manera de excusarse. Las soluciones están en manos de los hombres. De manera que la pregunta no debe referirse a Dios sino a los hombres. ¿ Dónde estábamos cada uno de nosotros antes, durante y después del terremoto?.

Que Haití interesara a Dios no tiene ninguna relevancia porque la solución a sus problemas no iba a venir de él. Podría haber venido de hombres que actuaran en su nombre, movidos por sus creencias, o de hombres que se tienen a sí mismo por solidarios.

Se puede dudar de la existencia de Dios pero no se puede dudar de que a nosotros Haití no nos interesó y no hicimos nada por transformar su calamitosa situación, salvo honrosas excepciones.