Para que una vivienda sea energéticamente eficiente se debe facilitar una implantación adecuada de la misma, teniendo en cuenta factores como los estudiados y científicamente probados por los arquitectos Baruch Givoni, Jeffrey Cook y otros, que no suelen coincidir con los que habitualmente se utilizan.

Para evitar que la temperatura de una ciudad sea superior a la de su entorno inmediato se debe optar por tramas urbanas tradicionales --calles estrechas-- o permitir cierta libertad de diseño que eviten la uniformidad. Si en ese diseño se ubican los inmuebles en diagonal, en relación con los vientos dominantes, se favorecerá la ventilación domiciliaria y evitará los incrementos de la velocidad del viento. Además, incorporar una vegetación apropiada proporciona sombra a los edificios y protección a los viandantes en verano, evitando las plazas hormigonadas que reflectan el sonido y el calor.

El diseño, por último, procurará situar los lugares de reposo más a resguardo que los de relación social, desechando la colocación de edificios paralelos y propiciando la instalación de pantallas acústicas vegetales frente a los ruidos de ferrocarriles, carreteras, etc-, para conseguir una acústica urbana que sea óptima.

La incorporación de energías renovables, la utilización de equipos eficientes, la reutilización del agua de lluvia, y un sinfín de pequeñas actuaciones, mejorarán las condiciones del diseño eficiente, desde perspectivas tanto arquitectónicas como energéticas, en pro de una ciudad más confortable y sostenible, ahorrando mucho dinero público en la prestación y en el mantenimiento de los servicios.

En definitiva, la planificación de las ciudades debería estar orientada por estos principios de urbanización eficiente y no hacia otros fines que son de dudoso interés público.