Alfredo Sanzol es el autor y director de esta original e hilarante farsa amorosa moralizaste en el fondo, bastante influido por varias comedias shakespirianas, en las que la magia surrealista y el juego de contrastes entre lo aparente y lo real. Todos estos elementos , bien dirigidos por dicho autor propiciaron una catarata constante de risas y aplausos durante la no larga e insólita representación, haciendo cómplice a un numeroso público, que en un aforo del 75% casi llenó el Gran Teatro, y que siguió muy divertido y expectante la siguiente trama: Se trata de la historia de una reina maga, que navega con sus dos hijas casaderas hacia Inglaterra en una expedición fletada por Felipe Ii con intención de casarlas, pero, al no estar ella convencida de tal casorio, hace naufragar la embarcación, arribando a una paradisiaca y aparentemente solitaria isla. Pero ellas pronto se percatan de la presencia de tres habitantes masculinos, y temerosas deciden disfrazarse de hombres, más bien de guerreros armados.

Pero paulatinamente se van relacionando con ellos, los cuales no tardan en sentirse atraídos por su coquetería femenina, pese a los disfraces, todo esto entre muchas bromas y gags muy propias de unos clowns. Hasta que al fin ellas retoman sus vestidos muy de época y les van prodigando paulatinamente sus gestos tiernos de parejas enamoradas; muy por encima del afán protector del padre de ellos y de la madre de ellas.

La espectacular escenografía de unos altos arcos, algo sorprendente en una apartada isla, permitía constantes y frenéticas entradas y salidas del doble trío persiguiéndose o escondiéndose, aparte de unos troncos cortados, a modo de asientos y de un menaje de cocina, era todo el sencillo atrezzo.

Muy estimable la interpretación de los seis actuantes, muy suelta, cómica y natural, en general bastante cómica, pero especialmente identificable o caracterizadora para cada intérprete, como hacía o recomendaba W Shakespeare: el padre de ellos hablaba más pausado, algo irónico, vocalizando bastante bien, sin embargo la madre de ellas muy enérgica y algo atropellada, sin vocalizar apenas por su rápida dicción; algo así de veloces eran sus hijos e hijas. En la última parte ya mantuvieron fijos sus emparejamientos. Entonaron muy bien las dos canciones iniciales que cantaron ellos y después ellas, muy alegres y conocidas.

Precisando la influencia shakespiriana en La ilusión, vemos que la alusión a un edén o paraíso a donde han llegado y donde no les importaría seguir viviendo su experiencia e ilusionante vida amorosa tiene resonancias del Sueño de una noche de verano; el imprevisto naufragio conecta con La tempestad, etc.

Sobre el guión de la obra, extraña algo la excesiva fantasía, fruto de la ilusión de las parejas, que le confiere un aire de fábula moralizante, un tanto idílica, pero simpática, si no fuera por el trepidante ritmo, nada fácil de seguir, pero cautivador.

En definitiva, todos estos rasgos le hacen ser una obra singular, muy atrapadora. No es de extrañar que mereciera el premio Max a las artes escénicas de 2019 y que el entusiasmado público se prodigara al final en aplausos y Resonantes Bravos todos puestos en pie, un muy merecido éxito, que nos hace un poco olvidar nuestras preocupaciones pandémicas.