Los patas blancas de Barcial, ganadería de las legendarias, mantienen la lámina, pero por lo visto ayer en el coso cacereño, han perdido lo fundamental que es la casta y la raza necesaria en el toro de lidia. Corrida en su conjunto mansa, que de haberse lidiado a pie hubiera creado más de un problema. Salidas calcadas tuvieron casi todos. Distraídos, haciendo caso omiso a los caballos y emplazados en los medios. Algunos reaccionaban cuando sentían los hierros, pero otros, ni así.

Con semejante material, parece imposible que el público hasta se divirtiera en los dos últimos toros. Aunque, todo hay que contarlo, fue más fruto de la espectacularidad que del buen toreo. Hasta las odiosas colleras, aquello naufragaba. Sólo Nano Bravo en el que abrió plaza logró encandilar merced a clavar con acierto, andar con solvencia y muy mejorado. Y Moura Caetano, con el cuarto, un ejemplar que tuvo algo más de acometividad que los anteriores, se mostró entonado, llevó al toro cosido a la grupa y banderilleó con emoción.

Luis Domecq apenas pudo lucirse con el mansísismo que hizo segundo, al que además mató de tres pinchazos y rejón entero. Tampoco Alvaro Montes estuvo afortunado con las armas de matar ante el tercero. Este fue uno de los que no sentía ni los aceros y el rejoneador jienense optó por alegrar al público más con efectos especiales sin toro que toreando. Piruetas, saltos y banderilla al violín hicieron que el personal del tendido acogiera con agrado su actuación.

Y a partir del quinto, el dos contra uno. Se debe ir poniendo fin a esa forma de torear de dos rejoneadores con un toro. Será muy popular, pero es el antitoreo. Vueltas y más vueltas, pasadas y más pasadas y un sinfín de palos en lo alto, hacen que aquello tenga poca gracia. Aunque a juzgar por el resultado, dos orejas para Bravo y Caetano, dirán que mereció la pena. Pues no. Y al fin, mención a los Forcados de Portalegre por dos pegas difíciles y de riesgo en los dos últimos.