La mitología griega hablaba de que la muerte no era más que un viaje acuático que todos los vivos debían hacer en la «barca de Caronte» para cruzar la laguna «Estigia», y llegar a las márgenes del río «Lethos», donde empezaba el mundo de los muertos: el «Hades», del que nunca se regresaba. Pero Caronte no hacía el viaje gratis para las almas tristes y negras de los muertos; cobraba por el viaje un «óbolo» -una moneda- que los difuntos debían llevar en su boca para pagar la travesía «letal» hacia el «nunca jamás», que los hundía en la oscuridad perpetua.

Hoy todo el mar Mediterráneo se ha convertido en una inmensa laguna «Estigia» -sombría y lúgubre- llena de barcas funerarias que conducen a miles de hombres, mujeres y niños emigrantes a su aniquilación en las arenas del río «Lethos». Muchos de ellos han pagado un alto precio -en forma de «Óbolo»- a los despiadados «carontes» turcos o libios, que les han cobrado por adelantado su viaje hacia el Erebo.

No hay, detrás de la laguna Estigia, ni cielo ni infierno; ni siquiera «purgatorio» en donde restañar los errores y pecados cometidos en vida. El Mediterráneo es un mar oscuro y cruel que conduce a los ahogados a las tinieblas, a la eterna tristeza, a la miseria espiritual de las almas sepultadas en sus aguas. Incluso, a los malaventurados que, después de peregrinar por sendas y caminos llenos de guijarros y espinas, de vallas de acero y de «concertinas» hirientes; llegan a la otra orilla del «Aqueronte», en donde esperaban alcanzar las metas de su angustioso viaje, y son recluidos en «campos de concentración», en «centros de retención de inmigrantes» o en «ghettos» miserables siempre en el exterior de las naciones ricas y desarrolladas; para ser tratados como elementos infecciosos a los que hay que aislar, fumigar y, si es posible, expulsar hacia otras orillas del mismo espacio mortal.

No es la primera vez que, en la Historia de los pueblos de nuestro entorno, se han producido grandes corrientes de gentes de un lado a otro del Mare Nostrum. Movimientos masivos de pueblos y tribus que, desde paisajes lejanos y civilizaciones más atrasadas, buscaron, dentro de las fronteras de la vieja Europa, condiciones de vida mucho más amables y generosas. Pues siempre fue Europa «madre» de imperios y reinos que construyeron su vida y su convivencia sobre bases de «racionalismo» y de «solidaridad», que la servían de pedestal.

Las corrientes migratoria actuales -mucho más crueles y despiadadas de las que hubo en la Antigüedad o en la Edad Media- son también más numerosas, arriesgadas y «letales» que aquellas; pues se están desarrollando a lo largo y ancho de todos los Continentes, con miles y miles de forzados «viajeros» que buscan poder vivir lejos de guerras genocidas, de autócratas sanguinarios, de campos esquilmados y contaminados por grandes empresas bioquímicas, o de persecuciones religiosas, también provocadas y sostenidas con las armas que los países civilizados les venden.

Por desgracia, ha sido el Mediterráneo -de amables playas y lujosas urbanizaciones para veranear- quien ha asumido el papel de laguna Estigia, convirtiéndose también en el rio de la muerte -el ‘Letheo’- en cuya orilla se encuentra el Infierno de los inmigrantes.