Solo falta encontrar una chaqueta a la medida del hombretón de paja que este año pagará con el fuego los rigores del invierno. El Aula de la Tercera Edad de la Universidad Popular ultima los preparativos para cumplir con la tradición de la Fiesta de las Lavanderas que ellos mismos recuperaron hace ya dos décadas. Manuela Ruiz, apura, aguja y dedal en mano, las últimas costuras del monigote de paja que desde que se recuperara la tradición ha ayudado a elaborar. "Participamos todos los alumnos de la clase de Historia Oral, cada uno trayendo lo que tiene para montar el muñeco", explica.

Los elementos básicos son, además del mono que se rellena de paja para dar forma el cuerpo, un par de pantalones y de zapatos, camisa, corbata, calcetines, un par de guantes para las manos, chaqueta y un sombrero. "Este año incluso le hemos puesto la ropa interior", asegura Manuela Ruiz abriendo uno de los botones de la camisa azul que en dos días arderá en al hoguera. Además, para que el muñeco se mantenga erguido durante el paseo en burro, se le introduce una escuadra de madera que luego se atará al animal. "Lo hemos ido perfeccionando porque en los primeros años se nos caía, tardábamos mucho en hacerlo...", apunta.

EL MANIFIESTO Manuela Ruiz será además quien lea este año --por tercera vez y por decisión del grupo-- el manifiesto que precede a la quema del monigote. "Aún estamos trabajando en el texto, pero tratará sobre una poesía que un señor mayor me hizo llegar hace un par de años, dedicada a las lavanderas, a las que él había conocido", explica Rafael Yagüe, el profesor del grupo. Ella será además la encargada de incitar, a través de ese texto, a participar en esta fiesta recuperada.

¿Quién era el Febrerillo? "Representaba el año que había pasado y cómo se había portado", explica Yagüe. El nombre se debe a que en la tradición original el pelele se mantenía durante todo el mes de febrero en el lavadero y era testigo de los rigores de ese mes, "muy variable en cuanto a las condiciones climatológicas", apunta Yagüe. El último día del mes, "lo paseaban por Cáceres el último día del mes de febrero haciéndole cánticos si el año había sido bueno, o lanzándole insultos si había sido malo", recuerda el profesor. "Además se había sido malo, también le pegaban antes de lanzarle al fuego", añade. Este era el acto central de una jornada de fiesta, la única en todo el año para las mujeres que se dedicaban a este oficio, en la que además hacían una merienda campestre con los productos que les daban en los comercios de la ciudad durante el paseo del Febrero.

Aunque ninguna de ellas ha llegado a ejercer este oficio todas aseguran que conocieron de primera mano a mujeres que trabajaron como lavanderas. "Dos de ellas vivían muy cerca de mí, una de ellas se llamaba Valentina", explica Felipa Sánchez, que las recuerda "cargadas con cestos de ropa que lavaban para ganarse la vida en Beltrán, Fuente Concejo o El Corcho". A la que cita es a Valentina Pulido Muriel, nacida en marzo de 1904 y ya fallecida. Conocida como La Chata , fue una de las lavanderas más populares de las ciudad. Hija además de lavandera, continuó el oficio familiar durante 55 años en uno de los enclaves más habituales, el lavadero de Beltrán, según consta documentado en el libro que editó la Universidad Popular con la investigación que realizó sobre esta fiesta.

A ella será a una de las que el viernes se recordará en el Paseo Alto, con el fuego purificador (a las 12.00 horas) del pelele y algunas de las coplillas que cantaban las lavanderas en esta jornada: "en el lavadero/ te he visto lavar/ te he visto las ligas y eran colorás ". Más de 400 kilos de coquillos y licores sin alcohol esperan la edición XXI de la recuperada fiesta. Como dicen las lavanderas de la jornada: "solo nos falta que no llueva".