Los días navideños son días de rutinas. La lotería, la cena familiar, los regalos y los buenos deseos. Una pena que duren tan poco tiempo. Tenías una gran esperanza en que este año por fin te tocara la lotería, pues habías comprado el décimo fuera de Cáceres, porque ya sabes que aquí no toca nunca, e incluso has buscado un número que no acabe en tres, pues a los cacereños les gusta el tres.

O sea, que tocará cualquier número excepto el tres. Estabas dispuesto a que este año no faltara el calvo y estabas preparado para hacerle "un calvo" a tu jefe, pero tendrás que trabajar. La cena familiar pasa a un recuerdo y siguen los enfrentamientos por una herencia, por unas palabras o por los niños. Los regalos deben cambiarse, pues la gente suele regalarte cosas inútiles o repetidas. Y los buenos deseos...

Hay que ver cuanta gente te desea paz, felicidad y prosperidad. Hasta tu peor enemigo te desea unos felices días. Quizás pretenda decir que si has de ser feliz lo seas solamente unos días porque durante el resto del año ya se encargará él de estropeártelos. Qué bien funcionaría el mundo y qué felices seríamos si una millonésima parte de tales buenas intenciones se mantuvieran a lo largo del año. Claro que con las intenciones no basta, pero menos da una piedra.