¿Cómo es la vida en la cárcel? "Amarga" para una recién llegada como Carmen Laura, de 25 años y condenada a un mes por robo, y "monótona" para Jesús, que ya disfruta de permisos cada mes y medio para visitar a su mujer en Plasencia. Los dos están internos en el Centro Penitenciario de Cáceres junto a otros 461 presos --entre ellos, unos 100 extranjeros--, aislados del mundo por cientos de barrotes, varios kilómetros de alambrada y decenas de puertas cerradas que ayer se abrieron excepcionalmente para una quincena de periodistas.

La iniciativa, enmarcarda en la conmemoración de los 25 años de existencia de la prisión que coincide con la fiesta de su patrona, la Virgen de la Merced, rompe por un día la rutina carcelaria. La delegada del Gobierno, Carmen Pereira, acompañada por el subdelegado cacereño, Fernando Solís, y el director de la prisión, Esteban Suárez, encabeza una visita por el interior del centro penitenciario para "dar a conocer la realidad de la cárcel, la dignidad en la que se vive y las oportunidades de reinserción", explica Pereira.

Atrás quedaron aquellos motines de 1991 y 1993 que marcaron un hito en la historia del centro, cuando todavía era cárcel para jóvenes. Hoy, con una población mayoritaria de entre 25 y 39 años, el ambiente está más calmado. "Es aceptable el volumen de internos, de hecho todavía tenemos celdas individuales, que ya no hay en ningún otro centro", afirma Esteban Suárez.

La visita

El itinerario guiado y controlado empieza en el módulo de mujeres, que alberga actualmente a 22 reclusas. El grupo avanza por pasillos y patios acortados por puertas que se abren al paso y se cierran a nuestras espaldas. La primera sala es el área de recreo de las internas. Una quincena de mujeres juegan al dominó, al parchís o dibujan y colorean en folios blancos. La irrupción no les sorprende porque la visita estaba anunciada.

Carmen Pereira se interesa por su día a día. Los periodistas preguntan a las internas. Marta García Expósito, una joven de estética punk, enseguida atrae a los micrófonos y objetivos. Es de Barcelona, lleva tres meses en la cárcel y aún le quedan algo más de tres años por un robo con intimidación que cometió en Cáceres. "Fue por droga, pero esta es la primera vez que estoy en prisión y la última", dice con desparpajo. Muestra a las cámara el dibujo de trazos infantiles que está terminando esta mañana.

Su compañera de mesa es más parca en palabras. Carmen Laura, cacereña de 25 años, sólo lleva una semana y le quedan tres para cumplir el mes de prisión al no pagar la multa que le impuso el juez por un robo y tener antecedentes. "Me han cortado el rollo, iba a empezar un curso de Informática y tengo que estar aquí. La gente está amargada de vivir encerrada". Es la segunda vez que acaba en la cárcel pero no quiere hablar mucho de ello, aunque consiente en posar para las cámaras.

Del salón de ocio a las celdas. En el piso superior, las habitaciones se alinean a la izquierda de un estrecho pasillo. Una docena de pesadas puertas metálicas, con mirillas que permiten asomarse a su interior, encierran dormitorios pequeños aunque