Waechtersbach no es cualquier empresa, y su probable cierre tampoco sería uno más. Vinculada a la realeza europea desde su origen, se fundó en 1832 de la mano de los príncipes alemanes de Ysenburg y Budingen en la región de Waechtersbach. La quinta generación abrió la filial cacereña en el año 1975.

Comenzó así la fabricación de vajillas y complementos de mesa con ventas en exquisitas y refinadas tiendas de España, Alemania y EEUU. La manufacturera se convirtió en la tercera mayor industria de Cáceres, con 138 trabajadores, 4 millones de piezas anuales y unos 5 millones de euros de facturación. ¿Por qué se vino entonces abajo? Existen varias claves en el aire: mala gestión, competencia asiática, todo a la vez...

En 1998 se inició la recesión y en el 2001 la fábrica ya había perdido 1,2 millones de euros. El auténtico calvario comenzó en enero del 2002, cuando presentó suspensión de pagos por la caída de ventas con una deuda de 4,2 millones de euros. Llegaron las protestas de la plantilla, pero de nada sirvieron. En febrero la empresa desveló su plan de viabilidad: 70 despidos y un 20% de reducción de sueldos. En marzo fue más lejos: se negó a inyectar fondos, anunció al juez que la situación era de quiebra y ni siquiera aceptó los 50 despidos que finalmente estaba dispuesta a asumir la plantilla. Incluso intentó vender la fábrica en tres ocasiones.

Aunque los pedidos seguían llegando, las nóminas se retrasaban y comenzó una huelga indefinida. La crispación rozó su límite y el propio presidente de la Junta visitó la fábrica en abril. Poco después su consejero de Economía se reunió con la propiedad alemana en Madrid y le pidió un plan de viabilidad.

EL PRIMER CIERRE Pero la propia Waechtersbach solicitó la quiebra y el cierre el 17 de julio, con una deuda de 4,7 millones de euros. El 1 de agosto cesó la actividad entre lágrimas de los empleados, la mayoría con unos 25 años de antigüedad y muchos con discapacidad física (un 30%). Ultimátum judicial: la planta se reabriría si llegaba un nuevo propietario antes de noviembre.

Y llegó. El 25 de septiembre reinició la producción el madrileño Alejandro Rodríguez Carmona con un aval de 224.000 euros, aunque con un alto coste: 45 despidos y un recorte del 20% en los salarios. Recaló en Cáceres con las cosas muy claras: alcanzar las 12.000 piezas diarias (+20%), reforzar los mercados en Alemania, EEUU y España, y abrir nuevas líneas de venta en el Mediterráneo y Latinoamérica con diseños innovadores e inversiones en maquinaria. Carmona empezó con buen pie: los 70 acreedores (Seguridad Social, Hacienda, bancos...) le condonaron un 50,6% de la deuda total y firmaron un convenio para cobrar el resto del dinero a largo plazo.

En junio del 2003 se levantó la quiebra. El empresario comenzó sus viajes para negociar con firmas como Ikea y Marks & Spencer. Pero todo se truncó el 9 de septiembre del 2004: Carmona inició recortes de empleo y sueldo por la crisis internacional (guerra de Irak, coste del petróleo) hasta abril del 2005, con más huelgas a causa de los nuevos retrasos en los sueldos.

Y el pasado día 30, otro varapalo: Carmona presentó una segunda quiebra pidiendo al juzgado la liquidación de la fábrica por la competencia asiática y la caída de ventas. La deuda, ahora con 150 acreedores, se eleva a 3,2 millones de euros (más 2,2 de la primera quita si cierra). Sólo un nuevo empresario podría salvarla, pero hay pocas esperanzas. De lo contrario, en unos tres meses comenzaría su disolución.