Paula tiene 8 años y destreza para el dibujo. Anoche pintó uno y quería tirarlo a la papelera de su habitación. Su hermano de 18 años, le dijo: "Nooooo, Paula, no lo tires, mira lo que le pasó a Picasso. Piensa que algún día esta obra maestra puede estar en la puja de una galería de arte de Nueva York".

Paula miró a Juan con cara de póker. No sabía muy bien qué quería decir con eso de Picasso, de las pujas, de la galería, solo se quedó con Nueva York porque su tía Julia vive allí desde hace varios años y este verano habían programado un viaje para ir a verla, un vuelo que han tenido que cancelar y del que, por cierto, no le han devuelto el dinero.

"Mira Juan, he pintado al dragón". Juan respondió: "Oh, bien Paula, bien. Quieres decir que has pintado a..." Paula terminó la frase: "Sí, he pintado a Covid". Entonces Juan, algo enfadado, miró a la pequeña y corrigió: "No le llames Covid, Paula, llámale coronavirus. Covid es la palabra de quienes usan el lenguaje para disfrazar realidades terribles, esto no es un Covid, no es un Cobi, no es la mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, esto es un virus que mata a la gente". "¿O sea que es un dragón?", preguntó Paula. "Sí, es un dragón con alas, Paula", contestó el bueno de Juan.

A la mañana siguiente Juan leyó que el Ayuntamiento de Cáceres ha pedido a pequeños y mayores que pinten sus dragones. Es la primera vez en la historia que la bestia no perecerá entre las llamas en la plaza Mayor porque la festividad del patrón la viviremos confinados. Un San Jorge atrapado, encarcelado entre los balcones de los cientos de cacereños a los que el gobierno municipal pide que saquen por sus ventanas pendones y banderas para honrar a nuestro héroe.

Juan cogió el dibujo de Paula. Lo miró por arriba, por debajo, vio la cola, el fuego, el humo agónico de aquel dragón. Cerró los ojos y allí apareció San Jorge, a lomos de su caballo blanco, lidiando la cruenta batalla contra un dragón que no se llama Covid, se llama coronavirus.