Me vais a perdonar, mis sufridos lectores - si es que tengo alguno - que las recientes inquietudes que están sacudiendo las conciencias sociales y políticas de algunos responsables de la política y de la economía de nuestro mundo actual, me hayan afectado a mí con mayor virulencia que a otros; en cuanto a la interiorización y reflexión sobre los desastres y consecuencias que han teñido de rojo la actividad económica de nuestra sociedad sobre la superficie de nuestro planeta. Y que estas inquietudes hayan motivado que algunas de mis «Tribunas» se hayan ido «por los cerros de Úbeda» - que diría don Quijote - sobre la trascendencia que se espera de una simple «columna» periodística.

La Paleo-antropología nos enseña que la especie humana fue apareciendo - por evolución de los «pitecanthropuserectus» anteriores - hace unos cuatrocientos mil años, en las altiplanicies centrales de los Continentes, donde se conjugaban los ámbitos terrestres, con los acuáticos; en estrecha relación con los atmosféricos e, incluso, con los volcánicos, procedentes de los estratos internos de la litosfera. Todos ellos creando un equilibrio dinámico entre los «cuatro elementos» - tierra, agua, aire y fuego - necesarios para engendrar la vida.

En la «Teogonía» bíblica que nos narra «El Génesis», se describe la «creación» en los seis días en los que Yâhvêh creó el Universo; dejando para el último día la creación del Hombre, como culminación de todo el proceso. Proceso que duraba ya miles de millones de años, sin que hubiera hombres.

Es importante para nuestra reflexión constatar que el Hombre ha sido efectivamente el último tramo de esta evolución - o de esta «Creación», según se mire - y el que menos tiempo lleva poblando el planeta «Tierra». Pues el resto de las especies zoológicas cuentan ya miles de años de historia, cambiando formas y costumbres para readaptarse a los cambios y modulaciones de los «elementos». Muchas de estas especies desaparecieron, quedando «emparedadas» entre los estratos geológicos. Otras cambiaron su estructura corporal para readaptarse a los nuevos «medios vitales» o a sus posibilidades de supervivencia; con lo que generaban nuevas subespecies y nuevos tipos zoológicos, mejor adaptados.

Quizá sea el hombre el único ser vivo en nuestro planeta que, en vez de cambiar él mismo, para readaptarse a las condiciones cambiantes del «sistema»; decidió cambiar el «sistema» modificando su estructura y funcionamiento. Y esto haya sido lo que ha puesto en riesgo de abrasión y contaminación a toda la superficie de la Tierra.

A partir de este Nuevo Año 2020 tendremos una nueva tarea como inquilinos del planeta: O nos esforzamos a fondo para seguir gozando del «Paraíso Terrenal» que los dioses nos dieron como habitáculo, o seremos desahuciados - como parece que pasó hace miles de años - por haberle envenenado, contaminado, atascado de productos químicos o abrasado con guerras, bombas y odios entre nosotros mismos; hasta el punto de convertirlo en un «infierno».

Nuestro destino ya no dependerá de los «dioses», como creían los antiguos «augures» de la mitología romana, sino de los «poderes fácticos» que dominan sobre los «poderes políticos»; que tienen a su alcance los «botones rojos» que desatan las tragedias.

Hoy, desgraciadamente, estos «poderes» no residen en el Olimpo ni en la Wallalha ni en el Eden ni en cualquier otro lugar imaginado sobre las nubes; sino en los despachos de los «magnates» - mucho más torpes que los dioses - donde se administran los gases contaminantes, los plásticos asfixiantes, los plaguicidas tóxicos y las guerras demoledoras.Los años venideros nos lo dirán. Aunque muchos de nosotros ya no estemos aquí para refrendarlo.

*Catedrático