Se acabó el verano, pero nadie se lo dijo al sol. A quienes sí se lo dijeron fue a los niños que cambiaron los barrios por patios de colegio, y los videojuegos por los cuadernos. También volvieron los ‘deberes’, en diferentes formatos y volúmenes (un tema polémico donde los haya), y regresaron los madrugones, los tirones de pelo, y las muchas o pocas ganas de aprender.

Los padres se despiden en las puertas de los centros escolares, confiando en que durante las horas que siguen a la señal de timbre de entrada, sus hijos reciban una educación. Pero, ¡cuán difícil es definir los términos de esa educación que se espera! Y es que, más allá de los libros, muchos creen que han de ser los mismos maestros los que instruyan a los niños en otras materias.

Y, claro, en parte, puede que sea así. Las aulas se convierten en el segundo hogar de los pequeños y en ellas hay que aprender a respetar, a ser generosos, a no discriminar… Pero vamos a dejarnos de banalidades y de principios básicos de la convivencia porque, se mire como se mire, no tiene más vueltas: La educación entendida más allá de los modales ha de recibirse en casa de cada uno.

Y son los propios progenitores los que, con su ejemplo, deben verter un tipo de formación básica a sus hijos a través del propio comportamiento. No se debe delegar algo tan importante como la educación. Alguien dijo: «Formarse no es nada fácil, pero reformarse lo es menos aún», y razón no le faltaba.

Cuando hace dos días celebrábamos el Día Mundial del Docente, muchos de nosotros recordábamos nuestro paso por esas aulas de color verde y esos pupitres que cojeaban, las «coletillas» de aquella profesora de inglés y los característicos tics de su homólogo el maestro de matemáticas. Ya entonces habían pasado muchos años de aquel «la letra, con sangre entra»; y aprendíamos de manera libre cada asignatura, pero éramos impepinables: éramos educados en casa.

Sin embargo, el ritmo de las clases ha cambiado hoy en día. En la actualidad se imponen las tecnologías a la hora de enseñar y, una vez suena el timbre de salida a mediodía, son muchos los que dejan que internet y las redes sociales sigan educando a sus hijos; y cuando ven --tarde-- que no funciona, señalan con culpa al maestro. ¿En serio? Distingamos docencia de educación, y distingamos quién ha de impartir cada una.