Hemos invertido tanto dinero, fuerzas y tiempo en la educación de nuestros hijos que al final hemos conseguido algo inaudito: que nadie los soporte. Los padres no los dominan y los embarcan en ordenadores y MP3. Los profesores los temen y cuentan los años que les faltan para que les llegue la jubilación.

Puesto que los ciudadanos prefieren no verlos y se sienten agredidos por sus formas de divertirse, las autoridades los destierran para que campen a sus anchas en lugares inhóspitos, sin seguridad, sin medios higiénicos, sin garantías de ninguna clase.

Dado que los niños no nacen con una botella de alcohol debajo del brazo ni con cincuenta euros en el bolsillo, alguien les habrá enseñado a beber, a celebrar cualquier manifestación festiva con alcohol y les habrá llenado el bolsillo con el dinero suficiente para poder pagarlo.

Sin embargo nadie se siente culpable ni tampoco intenta paliar su renuncia a educar. No queremos saber lo que sucede en el botellón. Transmitimos el siguiente mensaje: "Haced lo que os dé la gana pero no nos lo mostréis. Y, por el amor de Dios, cuando volváis a la civilización, comportaos decentemente".

Sin embargo hay cosas que no se pueden ocultar. Los destrozos y el vandalismo que ocasionan algunos bárbaros en la zona. Y hasta ahí habéis llegado. Porque con las cosas de comer no se juega. Es decir, con el dinero que le cuesta al ayuntamiento cacereño reponer el mobiliario urbano y con la seguridad de los transportes que se ofrecen a los jóvenes. De manera que aumentaremos los guardias para evitar tales desmanes. Ahora bien, de lo que algunos beben, fuman, se pinchan, se esnifan o practican no queremos saber nada.

¡Ah!, naturalmente nos apresuraremos a adecentar el lugar donde se celebra el botellón antes de que las gentes de bien salgan a pasear con la conciencia tranquila.