Se aproximaba la Semana Santa y proliferaban los ejercicios espirituales. Porque los había para hombres, para mujeres, para funcionarios de la administración local, provincial, nacional, para maestros, para maestras, para empleados... y para estudiantes. Vamos, que no te escapabas. Porque en el ´Isti´ también los había. Era un ´Pipi´, o sea que estudiaba primer curso, y con diez añitos me vi encerrado en la Preciosa Sangre escuchando a Cotallo. Anda, que no pasé miedo. Porque Cotallo tenía una oratoria muy convincente y tantas veces y con tanto énfasis me repitió "tú eres el culpable, por tu culpa le han matado" que acabé atemorizado por más que no encontrara en mi conducta razones que pudieran dar lugar a tal tragedia y merecedoras del castigo que me auguraba, pues al parecer me esperaba una larguísima temporada tostándome al fuego atizado por un cornudo rabilargo. Para ello se ofrecía la confesión general y repasabas los mandamientos para comprobar en que habías fallado. "Amarás a Dios sobre todas las cosas". Hombre, ¿más que a los bolis o las chapas?. "No robarás". ¿Pero se puede sisar?. "No fornicarás". Pero nada de nada. "No desearás la mujer del prójimo". Es que son las mejores.