La ciudad dio ayer un respiro a la ley de convivencia y ocio --que impide beber en el centro-- para acoger las novatadas, el acto socioestudiantil más representativo que se celebra fuera de las aulas y que, tradicionalmente, marca el inicio del curso en la universidad. Y aunque lejos quedan aquellas concentraciones masivas de finales de la década de los 90 que situaban a Cáceres entre las ciudades españolas preferidas por los alumnos, la ciudad recobró ayer parte de su pasada esencia universitaria con el desembarco de cientos de alumnos que festejaron su llegada a la capital cacereña y llenaron bares, pubs, terrazas y calles de la plaza Mayor y de su entorno.

Aunque la jornada transcurrió sin incidentes, patrullas de policía local controlaron durante todo el día la zona para evitar altercados y trataron de impedir a muchos jóvenes que miccionaran en la calle, aunque sobre esto último poco se pudo hacer y a las ocho de la tarde Arco de España era ya un reguero de orines. "Esto, ni los bomberos", bromeaba un agente de la jefatura municipal. Como cada año, hubo quejas vecinales y también de algunos empresarios por el volumen de gente que se concentraba alrededor de sus escaparates y que entorpecía el normal desarrollo de la actividad comercial.

La fiesta universitaria comenzó en torno a las doce del mediodía. Alumnos de diversas facultades cacereñas: Derecho, Politécnica, Formación del Profesorado... se echaron a la calle. Novatos y veteranos se sumaron al ritual más antiguo de cualquier ciudad universitaria que se precie y comenzaron su baile en el paseo de Cánovas. Se concentaron a un lado y otro del quiosco de la música y también junto a la fuente de los Tritones. Allí, los veteranos rociaban a los nuevos con huevos, espuma, nata o harina. Disfrazados con bolsas de basura o prehistóricos sujetadores, coreaban los consabidos ¡Qué buenos son los hermanos veteranos! o ¡Hemos venido a emborracharnos! .

La serpiente colorista bajó luego por San Antón y llegó a San Pedro, donde los novatos pedían a gritos que les lanzaran agua. Gentilmente, las chicas de la peluquería Pivot Point les arrojaron varios cubos, pero, aún insatisfechos, los jóvenes insistieron en Pizarro, donde hubo vecinos que contribuyeron al chaparrón. Los estudiantes hicieron parada en Leoncia, la estatua que recuerda a la última vocera de periódicos que tuvo la ciudad, y se fotografiaron con ella.

Pero la diversión estaba en la plaza. Locales como Belle Epoque, Berlín, Tolkien, Flamenkito (antigua Tabla de Flandes) o Farmacia de Guardia eran un hervidero. Por la tarde, los estudiantes bebían litronas en los soportales, en las terrazas, en la bandejina , y llenaban General Ezponda, otrora templo de la movida cuando se la rebautizó como calle de los bares y ahora anodina y tediosa. Pese a todo, no cundió el pánico y al cierre de esta edición ya reinaba la tranquilidad... será porque hay clase hoy.