Cuando llegan los problemas hay que aprender de los maestros. Y en tiempos de pandemia, cuando tantos negocios cierran sus puertas, conviene echar un vistazo a las estrategias que han permitido a ciertas empresas mantenerse durante generaciones. Este diario ha contactado con varias firmas cacereñas que han superado las cuatro crisis sufridas en España durante los últimos 50 años: la del petróleo y otros factores internacionales e internos en los años 70; la de 1993-1995; la gran caída de 2008-2014; y la actual del coronavirus.

Porque estos negocios comparten varios rasgos comunes. Nacieron por el empuje de un emprendedor que no se frenó ante las adversidades, como Antonio Ruiz Torres o Florentino Oliva, que se lanzaron hace décadas a Europa con su vino y su pimentón sin conocer idiomas; o como Julián Derecho, que se recorría los 55 kilómetros desde su casa hasta Plasencia para vender fruta y verdura; o como Eugenio Hernández, que compró una tanqueta de la II Guerra Mundial para construirse una grúa; o como Eduardo Pitarch, que vendió todo para venir a Cáceres a traer por fin la luz eléctrica.

Y tras ellos, buenos herederos del gen empresarial que siempre han aplicados dos máximas: hay que tener un colchón en forma de ahorros para soportar los malos tiempos; y conviene diversificar el negocio, incluso los mercados, para no poner todos los huevos en la misma cesta. Así, cuando se cierra una puerta, se abre otra. Si cae el consumo nacional, se refuerzan las exportaciones.

E innovar, siempre innovar para no quedarse a rebufo de los tiempos. Una labor de la que se encargan las últimas generaciones, las más jóvenes. Bien lo saben Carolina Ruiz y Carlos Oliva, actuales gestores de dos imperios del vino y el pimentón, que venden a decenas de países y aseguran que es posible crecer desde la provincia cacereña hacia el resto del mundo. Y Alfonso Pitarch, que afirma que la empresa «o se adapta a los tiempos o muere». Y Diego Hernández, que trabaja con sus grúas para la Fox o la Paramount. Y Celia Derecho, que se levanta cada día para reforzar el legado de aquella abuela viuda, con ocho hijos, que nunca sucumbió.

A continuación, el Periódico EXTREMADURA repasa la trayectoria de cinco negocios que han sabido sobrevivir a los tiempos y además lo han hecho con una trayectoria ascendente.

Vinos con 150 años: Bodegas Ruiz Torres

Bodegas Ruiz TorresSu padre siguió el oficio de sus mayores repartiendo garrafas de vino por los municipios desde los 18 años. Ellas, Mercedes y Carolina Ruiz Peromingo, producen hoy dos millones de botellas anuales y las exportan a más de 30 países. La historia de las Bodegas Ruiz Torres ya alcanza la cuarta generación y un recorrido de 150 años. Desde 1870 ha crecido poco a poco, siempre con paso firme. «En el mercado existe hueco para todos, pero hay que tener mucha paciencia y mucho trabajo», explica Carolina.

Los primeros datos de la bodega se remontan a 1870, cuando Miguel Ruiz ya elaboraba vinos al estilo de esta zona de tradición vinícola por la proximidad del Monasterio de Guadalupe, con variedades autóctonas como la alarije. Miguel y su hijo Felipe Ruiz se ganaban la vida repartiendo por los pueblos el vino y los frutos que daban sus tierras. Ya en 1968, Antonio Ruiz Torres, tercera generación, transformó el oficio en un negocio pujante gracias a su excepcional talante emprendedor. Pronto se percató de que el vino no solo se podía vender en garrafas, también en botellas, y con sus propias marcas. En 1973 montó su primera línea de embotellados (la segunda de Extremadura) y por entonces ya viajaba por toda la región para dar a conocer sus caldos.

Tercera, cuarta y quinta generación de la familia Ruiz Torres.

Su mujer, Carolina Peromingo, fue su gran aliada en las bodegas. Siempre respaldaba sus ideas por muy atrevidas que fueran. En 1983 realizaron sus primeras exportaciones a Rusia y Alemania. No conocían idiomas, pero en las ferias internacionales cerraban contratos con europeos y asiáticos, y sus vinos de Cañamero cruzaron cada vez más fronteras, pese a no estar respaldados por el prestigio de orígenes como ‘La Rioja’ o ‘Ribera del Duero’. La experiencia y la voluntad suplían cualquier barrera.

Siempre quisieron que sus hijas eligieran su propio camino. Mercedes estudió Enología y Carolina, Empresariales. «Estuvimos unos años fuera pero nuestro amor por el negocio nos hizo volver. Habíamos jugado toda la vida entre barricas, botellas, cartones y cajas», relata Carolina.

Sus exportaciones llegan ya a numerosos países, sobre todo asiáticos: Japón, China, Corea Taiwán… Precisamente, la rapidez con la que estos destinos han solventado la pandemia ha permitido a la firma Ruiz Torres mantener parte de sus exportaciones e ir capeando la crisis. Además, hace diez años la cuarta generación creó la nueva bodega de 11.000 m² con la tecnología que exigen los mercados exteriores.

Una historia de cine: Grúas Eugenio

Eugenio Hernández tenía una fragua en Plasencia en la que arreglaba los aperos de los agricultores. Luego se dedicó a reparar vehículos, pero su mente no paraba de maquinar. Un buen día compró un camión alemán que transformó en una grúa, con la que acudía al rescate de los vehículos volcados en las carreteras cacereñas. Sin embargo, aquella pluma era fija. Eugenio se fue a un desguace en Madrid donde encontró una tanqueta antiaérea de la II Guerra Mundial. Así creó su primera grúa móvil y comenzó a ser reclamado para las obras de infraestructuras de la provincia.

Sus hijos Eugenio y Diego Eugenio se incorporaron al negocio junto con su yerno, Arturo Torres, y además se quedaron con el servicio oficial de Pegaso y Sava. Posteriormente se sumó la tercera generación, formada por los hijos de Eugenio: Eugenio, Juan Pedro, Diego y Carlos Hernández Pavón, actuales responsables de una empresa que factura unos 20 millones de €/año con presencia en varios países. Su padre, que había heredado la vista para los negocios, puso a cada uno de ellos al frente de una división (economía, comercial, ingeniería…) y de una sede distinta. Porque a esas alturas, Grúas Eugenio ya tenía implantación en Plasencia, Cáceres, Mérida y el puerto de Huelva.

Primeros años de la empresa como taller de automoción y servicio de grúa.

La tercera generación aprendió de sus mayores que los baches se resisten con constancia, con trabajo y con ahorros. «Así lo hicimos cuando comenzó la crisis en 2008, pero además diversificamos el negocio y apostamos por África», relata Diego Hernández. Desde entonces no paran. En Sudáfrica y Mozambique participan en grandes obras de infraestructuras (uno de los hermanos se ha quedado con la división de Mozambique) y en Marruecos provén de maquinaria a las grandes minas de fosfatos.

Pero además, Marruecos alberga el Hollywood africano. La firma extremeña vio la oportunidad y comenzó a participar con sus máquinas en los rodajes de Fox, Sony o Paramount (‘007’, ‘El francotirador’, ‘Misión Imposible’...), una actividad que también realiza ya en España (‘Juego de tronos’, ‘La catedral del mar’, ‘Isabel’…) hasta crear otra sección exitosa de la empresa. Y en la crisis del covid, ha vuelto a reinventarse añadiendo a sus sectores tradicionales la fabricación de cañones de desinfección y de arcos de seguridad contra el virus.

El siguiente paso será la apertura de su nueva sede en Badajoz pilotada ya por la cuarta generación, por supuesto también de nombre Eugenio Hernández, que además está digitalizando la empresa. A día de hoy, Grúas Eugenio cuenta con más de 1.800 máquinas de todo tipo.

Emisarios de La Vera en 70 países: Pimentón ‘La Chinata’

Florentino Oliva tenía una empresa de transportes con la que trasladaba productos extremeños a otros puntos del país. Pronto se dio cuenta de que tanto el aceite de oliva como el pimentón de La Vera eran manjares con mucho potencial en el mercado nacional. Lo vio tan claro que en los años 70 fundó en Plasencia la empresa Norte Extremeña de Transformados Agrícolas SA (Netasa), en la que junto a dos hijos, Cecilio y Fernando Oliva, comenzaron a distribuir ambas mercancías. La marca se llamó ‘La Chinata’ por ser el apodo de los oriundos de Malpartida de Plasencia, pueblo natal de Florentino. Y el negocio echó a rodar, hoy convertido en un referente del sector extremeño de la agroalimentación.

Fernando se quedó con la sección del aceite y Cecilio con el pimentón. Este producto debía competir en el mercado nacional con otras marcas que llevaban años de trayectoria, y mientras se hacía hueco, decidió probar en un ámbito completamente nuevo: los mercados internacionales. «Era un auténtico atrevimiento empresarial porque hablamos de un artículo muy español, desconocido en el exterior», explica Carlos Oliva, hijo de Cecilio, tercera generación que se sumó a la empresa hace una década junto a su hermano Javier. Pero Cecilio lo hizo: recorrió Europa con su coche, viajó por el mundo sin conocer idiomas, y acudió a ferias decisivas.

Javier, Cecilio y Carlos Oliva. Distribuyen 400 toneladas anuales de su producto por todo el mundo.

«La exportación es un proceso de muchos años, de largo plazo, pero si se trabaja, al final da sus frutos», afirma Carlos. Y así, el Pimentón ‘La Chinata’, con Denominación de Origen Pimentón de La Vera, se vende hoy a gran escala en 70 países de los cinco continentes: Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Taiwán, China, Marruecos, Sudáfrica, Argentina, México… Su principal mercado es Europa y Reino Unido, y está presente en las principales cadenas de supermercados (Sainsbury’s, Jumbo…) desde Holanda hasta Arabia Saudí. Además, trabaja internacionalmente las tres vertientes de uso de este artículo: el retail (pequeños supermercados de venta a particulares), canal Horeca (hoteles, restaurantes y cafeterías), y el canal industrial (empresas de alimentación).

Netasa destina un 70% de sus ventas anuales (400 toneladas) al mercado internacional, y un 30% al español. Lleva décadas confiando en la producción de los mismos agricultores «porque entendemos ‘La Chinata’ como una gran familia donde cuidamos unos de otros», indica Carlos. Han sido capaces de superar las crisis por la gran diversificación de su mercado y porque en estas situaciones tiende aumentar el consumo dentro del hogar, que en la actualidad ayuda a compensar la caída de la hostelería. Además, la tercera generación está innovando y ya ha sacado al mercado productos tan singulares como las escamas y las perlas de pimentón.

Un siglo de energía: Eléctricas Pitarch

Eduardo Pitarch era un auténtico apasionado de la energía, que ya desde niño creaba sus propias redes con un triciclo como motor. Nacido en Castellón, estudió Ingeniería Industrial y dejó atrás sus primeros proyectos en Valladolid cuando se dio cuenta de que en Extremadura estaba todo por hacer. Solo algunos pueblos tenían fábricas de harina que, tras moler de día, producían electricidad de noche. En 1938 creó su primera línea, Cáceres-Casar de Cáceres, con casi 500 abonados.

Eléctricas Pitarch distribuye hoy a 75 municipios de la provincia con 65.000 hogares abonados que se traducen en 200.000 usuarios, la quinta parte de Extremadura. Es la séptima distribuidora eléctrica del ranking nacional, solo por detrás de las seis grandes sociedades que cotizan en bolsa, y la primera de las compañías independientes. También se ha convertido en la primera distribuidora de la región. Factura 30 millones de euros anuales, tiene 150 trabajadores y genera empleos indirectos en los que siempre prima la contratación de proveedores extremeños. «Una de nuestras prioridades es colaborar con el empleo y el desarrollo de la región», explica Alfonso Pitarch, consejero delegado.

Imagen de uno de los encuentros semestrales de empleados de la firma energética.

Tras el genio emprendedor de Eduardo Pitarch, tomaron el relevo tres de sus diez hijos: Javier, Eduardo y Miguel Ángel. Hoy la gestión directa está en manos de tres nietos: Javier, Alfonso y Eduardo. Una tercera generación que sigue creciendo y lo hace basando su filosofía empresarial en dos pilares. «Primero, la innovación en nuestro negocio tradicional: la generación, distribución y comercialización de energía. Requiere una gran profesionalización, una mente abierta, porque las empresas, o se adaptan a los tiempos, o mueren», subraya Alfonso Pitarch.

Y segundo, muy importante, «la diversificación en mercados emergentes, la reinversión en nuevas actividades, fundamental para mantener la empresa familiar», destaca. Y así, la compañía está creando un parque fotovoltaico de 7 millones de euros en Torremocha; también ha entrado en el sector agropecuario con la gestión directa de fincas (ganadería y agricultura); en el sector inmobiliario con la tenencia y promoción de proyectos (como el edificio que se construye junto al Hotel Extremadura); y en el sector vinícola con sus bodegas de Peñafiel. Además, lanzó hace tres años una operadora de telecomunicaciones con expertos formados en la Uex, que ya lleva fibra óptica a 3.500 clientes del Jerte, el Ambroz o Montánchez, y que sobre todo llega a zonas donde las grandes operadoras no invierten por criterios de rentabilidad.

Un negocio maduro: Frutas Derecho

Julián Derecho vivía en Puerto Castilla (a unos 5 kilómetros del puerto de Tornavacas) con su mujer, Eugenia Martín, y sus ocho hijos. Cubría continuamente los 55 kilómetros hasta Plasencia, atravesando todo el Valle del Jerte, para vender patatas, cebollas, frutas y otros productos. Era su forma de llevar el sustento a la familia. El matrimonio optó por mudarse a Plasencia y hacia los años 50 Julián ya regentaba un puesto en la Puerta Talavera. Era el germen de una empresa hortofrutícola que en la actualidad factura unos 7,5 millones de euros al año.

El inicio se hizo duro, como suele ocurrir con las empresas curtidas en mil batallas. «Mi abuelo Julián murió con 52 años y mi abuela Eugenia tuvo que hacerse cargo de la venta y de sus ocho hijos, que se fueron incorporando todos al negocio según cumplían años», explica Celia Derecho, nieta del fundador y una de las seis integrantes de la tercera generación que ahora dirige la firma. Salieron adelante. Abrieron una tienda en la calle del Sol y en los años 60 un almacén en la avenida del Valle.

Responsables y trabajadores de Frutas Derecho en el almacén de Cáceres.(SILVIA S.F.)

La empresa se fundó oficialmente en 1969 con el nombre de Viuda de Julián Derecho. En los años 70, dos hermanos montaron una delegación en Navalmoral y ya en 1979 todos formaron la sociedad Felipe Derecho y Hermanos. Luego se hicieron con otro almacén en la avenida de España de Plasencia, y en 1988 inauguraron su primera nave en Cáceres, en Charca Musia, y más tarde la actual en la carretera de Mérida. Transformaron sus instalaciones de Plasencia en una gran central hortofrutícola con amplias cámaras.

Hoy, Frutas Derecho tiene 50 empleados y más de 20 vehículos de distribución, que llegan desde Plasencia y Cáceres literalmente a toda la provincia cacereña, parte de Badajoz y Toledo. Se trata de un sector bastante complejo porque «son artículos muy perecederos, con mucha merma», pero su larga experiencia les permite organizar la logística de reparto de sus más de cien productos, que compran en distintos orígenes: la naranja en Castellón y Sevilla, las manzanas en Lérida y Zaragoza, las peras en la zona de El Bierzo y las frutas de verano por supuesto en Cáceres (Valle del Alagón), potencia internacional en melocotones, ciruelas…

Frutas Derecho distribuye sobre todo a tiendas, supermercados y hostelería, sector que supone un 50% de su facturación, cuya caída en la pandemia se deja notar seriamente. Pero la experiencia es un grado y esta empresa ya sabe lo que es luchar. Marca de la casa.