En la ciudad feliz hay un valor colectivo al que siempre se le dio mucha importancia: la formalidad. Otras virtudes que nos adornan, o que creemos que nos adornan, son la elegancia, el comedimiento, la finura o el rechazo a la acritud.

Estas donosuras existen porque puedes compararte con el vecino. Es común que cuando un cacereño visita Badajoz y le comentan que la capital pacense es más ciudad, argumente con displicencia: "Sí, pero en Cáceres tenemos más clase, dónde va a parar". ¿Con qué se come eso de la clase? O mejor: ¿La clase sirve para comer? Ahí está la clave de Cáceres, que siempre ha partido de la premisa de que con la elegancia, la formalidad y la discreción ya estaba todo hecho. Es decir: no somos ricos, pero sabemos sonreír, saludar, presumir...

Cáceres y Badajoz

Siempre se ha dicho que en Cáceres se ahorraba y en Badajoz se gastaba. No se sabe en qué estadística se basa el aserto, pero es un lugar común muy extendido. Es más, los cacereños de toda la vida tienen una aprensión histórica a las ventas a plazos y a los créditos porque les parecen propios de personas poco serias. "A plazos pagan los de Badajoz, nosotros somos formales", se decía.

Puede ser otro lugar común, pero en él está la semilla del subdesarrollo. Al fin y al cabo, sólo quien se arriesga y se endeuda para invertir acaba saliendo adelante. Con estos principios de formalidad y apariencia ("Que nadie pueda pensar que le debo dinero al banco"), la ciudad feliz ha ido tejiendo una madeja pija de inmovilismo económico y autosatisfacción dorada y mediocre: "No soy rico, ¿pero para qué quiero más?". Una madeja que no empezó a desenredarse hasta los años 90.

Las ayudas europeas, el desarrollo económico, la bajada de los créditos y la llegada de miles de vecinos de la provincia acabaron rompiendo algunas barreras conformistas y cambiando la clase por una cierta ambición. En el siglo XXI, en la ciudad feliz quedan pocos reductos de inasequibles al crédito, la financiación, los plazos y las hipotecas.

Es decir, los cacereños siguen rezumando clase, pero han aprendido, ¡por fin!, que no es más rico quien más tiene, sino quien más debe. Pero de pronto, cuando la cultura de vivir a crédito arrasa con todo, la oposición municipal se ha empeñado en centrar su línea de ataque precisamente en el endeudamiento y en la situación económica del ayuntamiento y los votantes pues... pasan.

Hace 30 años, acusar al ayuntamiento de deber mucho hubiera sido una bomba demoledora. Hoy, empeñarse en hacer pupa por ese flanco es inútil: los cacereños han aprendido que quien no se endeuda no sale adelante y es difícil que entiendan un discurso, por muy coherente y cierto que sea, que critica lo que las familias de la ciudad feliz hacen cada día.