Alvaro Moretón celebró la comunión en el Gran Café y ayer se despidió del negocio en el que ha trabajado de camarero durante los últimos siete años. Igual que él, otros 13 compañeros comenzaron a pasar página en su historia de amor y trabajo con uno de los establecimientos de mayor trayectoria en la capital cacereña, con casi 27 años abierto al público.

Ayer, aunque en el local de San Pedro de Alcántara ya no sonaba la máquina de café ni olía a churros recién hechos, hubo clientes que se acercaron a despedirse y hacerse fotos con los camareros que cada mañana les servían el desayuno. "Tenemos sensación de vacío. Aún no nos hemos hecho a la idea de que estamos sin trabajo", decía Alfonso Pascual, el más veterano de todos que llegó con su compañero Paco cuando se abrió en 1984.

Junto a ellos también estaban Luis y Bernardo, con 25 años de experiencia. Otros más jóvenes como José Carlos, solo seis, o Emiliano, con diez. Completaban la lista detrás la barra Domingo y Lyn. En cocina y limpieza, Mariángeles, Manuela, María José, Gema y Antonia.

Todos reconocían que la plantilla del Gran Café ha sido durante estos años como una gran familia. "La gente se ha volcado con nosotros estos últimos días. Nos han demostrado que nos quieren. No era una cafetería, parecía un club al que estaban abonados", aseguraban los empleados, que ayer se afanaban en recoger vajillas, máquinas y material en una escena atípica de un lunes por la mañana en un local acostumbrado al bullicio.

Bernardo no olvidará a "sus chicas de oro", unas jubiladas a las que atendía a diario; Emiliano dice que "la calle se quedará vacía" sin este establecimiento; Alfonso puede presumir de que lleva en el Gran Café casi el mismo tiempo que con su mujer o Luis, que aguantaba las lágrimas. Lyn, filipina nacionalizada española, fue de las últimas en llegar y se quedaba con el compañerismo. Mañana ya no madrugarán juntos.