Profesor

Cánovas parecía una calle de la Sierra de Gata pero con calorina. Cientos de personas sentadas frente a un tambor para realizar encajes con miles de bolillos. Como era de suponer abundaban las mujeres, aunque tres o cuatro varones daban muestras de su habilidad e incluso osadía con ellos. Les rogué que ya que eran unos esquiroles dejaran muy alto el pabellón. Y lo dejaron, pues las señoras que se concitaban a su alrededor aseguraban que ellas no serían capaces de emularlos. Como tampoco podrían imitar los trabajos de una amiga mía que se atrevía a poner en hilos el lienzo de la plaza Mayor cacereña con torres del Bujaco y Arco de la Estrella incluidos. Una maravilla que no cesaba de propagar su esposo que estaba encargado de vigilar su puesto. También vi por allí a un par de monjas, aunque me parece que no se sentaron a trabajar. Tendría oración. No se cómo funcionarán ahora estos trabajos, pero años antes también los chiquillos teníamos protagonismo en su realización. "Niño, vete a por un ovillo". Otras veces era devanar o desenredar, que eso sí que era difícil. Mucho más fácil y tentador resultaba enredar los bolillos. "Niño, pon la radio". Porque no podían hacerse bolillos sin que en antena estuvieran Vilariño y Conesa con su novela. Y si no había novela había discos dedicados. "Para Fulgencio que lo pase muy bien en Africa". Y a presumir. Luego lo de los bolillos decayó, sería por lo oneroso de la instalación, y fue sustituido por el ganchillo. Pero eso no te aliviaba pues estabas obligado a comprar los ovillos, devanar y cuidar con esmero el pañito que aparecía en cualquier rincón de la casa.