TSti bien no estamos ya para esos trotes, los de las nocharradas de tabaco y estómago en bascas, hay que entender esas vehemencias juveniles. Y observamos, con cierto agrado, que es una lástima que los muchachos, y muchachas, de hoy no frecuenten más la sanísima costumbre de arreglarse para la fiesta. Digo que por qué no más veces al año.

Está muy bien --o al menos así nos lo parece a nosotros-- que ellas y ellos se pongan el terno oscuro y se lancen al desenfreno del nuevo año vestiditos que da gusto verlos. Siempre hay zarrapastrosos rompiendo la tradición y vistiendo con el mal gusto del que hacen gala de ordinario. Lástima. Nos parece que a los ultaprogres eso de vestir con traje, camisa blanca y corbata les repatea los estamentos inferiores. En fin.

El caso es que nosotros- y tal vez digan: "¿Por qué habla en plural?". Pues muy sencillo: porque somos dos. Ari es una hispano-bretona que me acompaña y no tengo razones para anular su presencia. Bien, decía que salimos los dos de casa aún la noche cerrada y, como Dios nos dio a entender, atravesamos por la turbamulta de jóvenes celebrantes de la Noche Vieja, no sin que alguno tal vez pensara: "¿Y adónde irá este con una perra a estas horas?". Pues mire usted, joven vividor de amores y bebedor de alcoholes, a pasear los entornos de Norba y a contemplar, cuando venga el día, una de esas casas solariegas que levantaron los antiguos y que resisten el paso de los siglos.

Así fue que cuando los gallos "querían crebar albores" estábamos a la vera de La Enjarada. La perra buscando rastros frescos entre el pasto, la hierba y las retamas y un servidor mirando y remirando la noble casona. Voilá. A Ridley Scott, cuando la vio, lo que se le ocurrió fue que esa casa bien podría ser La Rábida colombina, y así fue que figuró en esa no muy celebrada película que a nosotros nos embebe tanto: En busca del paraíso .

Aquella gesta increíble del Almirante y los marinos Pinzones fue a finales del siglo XV, precisamente cuando dieron comienzo las obras de construcción de esta noble casona solariega. Según hemos leído, parece ser que fue el arcediano de la Catedral de Plasencia, don Francisco de Carvajal el promotor de la obra, el mismo que levantó, o sufragó, o apadrinó, la obra del puente entre el Almonte y el Tamuja.

Bien, bueno está; la casa, de galería abierta y amplias dependencias, se levanta en un arapil mirando a levante. Nos dice A. Navareño, en su libro, que alojó al Rey D. Felipe II en una ocasión en la que el sombrío monarca regresaba, por estos pagos, de un viaje a Portugal. Vale, y también oímos alguna vez que había servido de alojamiento a sus majestades D Isabel y D. Fernando. Eso ya no es más que un rumor, que no fundamos en nada, más que en una vaga y fútil suposición.

Dejemos la historia a los historiadores y divaguemos en torno al encanto de estas viejas construcciones que, de milagro, aun se yerguen en campo abierto, para que los que amamos esas cosas del ayer remoto, podamos disfrutar con el inocente ejercicio de su contemplación.