César Rina (Cáceres, 1986) lleva toda su vida académica estudiando la simbología franquista. El cacereño es licenciado en Historia por la Universidad de Extremadura y Doctor internacional en Historia Contemporánea en la Universidad de Navarra y ahora profesor de la Universidad de Extremadura. Ha escrito el libro La construcción de la memoria franquistas en Cáceres. Héroes, espacio y tiempo para un nuevo estado, 1936-1942 y fue uno de los cuatro expertos elegidos para la comisión encargada de catalogar los vestigios franquistas en Cáceres.

Sobre esa lista elaborada por la comisión a la que él pertenece se comprometió la anterior corporación municipal a aplicar la Ley de Memoria Histórica pero el avance ha sido nulo. En este último año ha sido la Asociación Memorial en el Cementerio de Cáceres (Amececa) la que ha insistido a los candidatos al ayuntamiento, ahora con gobierno del PSOE, y esta última semana se ha dirigido a la Junta de Extremadura para pedir que se inicien trámites y se retiren símbolos del Franquismo, entre ellos la «controvertida» Cruz de los Caídos. En este caso, el área de Patrimonio no se pronuncia y la Consejería de Cultura asegura que no dará ningún paso hasta consensuarlo con el consistorio. Y mientras, la polémica también se traslada a la calle, entre los que apuestan por quitarla y los que abogan por mantenerla porque trasciende a la época en la que se construyó.

Para el historiador no cabe duda de que la cruz debe formar parte del catálogo de vestigios. «Es incuestionable que fue la cruz fue el gran símbolo del alzamiento, no es un símbolo de reconciliación sino todo lo contrario», defiende. En ese sentido sostiene que en la comisión hubo «unanimidad» a la hora de incluir el monolito en la lista. «Nosotros no somos jueces, somos historiadores, nos nombró el ayuntamiento, yo no pertenezco a ningún partido». Deja claro también que su función en la comisión «no fue proponer cambios ni plantear alternativas sino señalar aquellos elementos franquistas». La fórmula de trabajo se ha basado en reuniones periódicas y como base tomaron su libro y actas y textos de diarios locales. «Cogimos el callejero y nos pusimos a buscar». Apunta, en ese sentido, que en algunos casos resultó difícil determinar qué elementos debían incluirse «porque la historia no es lineal». Uno de los casos que menciona es la avenida general Primo de Rivera. «Es cierto que fue prefranquista pero la calle se la ponen en los años 40, es un homenaje franquista».

La que no admite discusión es la Cruz de los Caídos. «En términos historiográficos no hay duda de que es un vestigio». «Fue un signo creado para exaltar el régimen, no tiene nada que ver con la religión, es el gran símbolo de la victoria y de la idea de cruzada, entre una cara de Franco y una cruz de los caídos no hay diferencia». Precisamente, fue por ese motivo que durante el Franquismo estos monolitos se repartieron por toda la geografía y en la Transición fueron desapareciendo. «En el 77 se fueron retirando porque eran símbolos del régimen, en España quedarán un 2% o 3%, de hecho los nostálgicos la han seguido percibiendo como un símbolo para recordar a Franco». Cabe recordar que hace unas semanas y con motivo de la exhumación del dictador el monumento amaneció con un ramo de flores.

Con respecto a los que defienden la continuidad del monolito en la ciudad y aluden a que su presencia trasciende a lo que representaba en un primer momento, Rina expone que «defender un símbolo franquista en nombre de la tradición es un error». «Me cuesta creer que para muchas personas sea un símbolo identitario de la ciudad, el santuario de la Montaña es un símbolo, la plaza Mayor es otro, pero en este caso más que una defensa del imaginario público prima el interés por normalizar el pasado».

Desde su punto de vista, la única polémica que plantea el historiador sobre el futuro de la cruz si finalmente se retira es «¿qué hacer con ella?». En ese sentido, sostiene que la propuesta que se plantea de trasladarla al cementerio «sería peor» porque le daría un lugar solemne. En cualquier caso, concluye que «no es una obra de arte ni tiene valor patrimonial, es un modelo copiado ciudad por ciudad».