Cáceres ama el agua, la desea, sueña con ella, pero cuando la posee, como si de un amante satisfecho se tratara, la desprecia, malgasta y olvida. La ciudad feliz nació marcada por la ausencia de un río caudaloso en sus inmediaciones y esa carencia histórica le sigue pesando.

La primera exposición de la carrera hacia la capitalidad cultural se titula Agua a escena . El primer DVD netamente cacereño que ha salido a la venta se llama La pulga de agua . El monumento más singular de la ciudad es un aljibe y en la parte antigua y zonas aledañas hay 73 pozos.

La primera bajada de la Virgen de la Montaña se produjo en 1642 y fue para pedir agua. La imagen más típica y más fotografiada de la ciudad hasta no hace mucho era la tradicional aguadora cargando con un cántaro sobre la rodilla colocada en su cabeza o llevándolo al cuadril, apoyado en su cadera.

22 ríos y 10 mares

Aunque el dato que certifica la devoción cacereña por el líquido elemento es que el 10% de sus calles y plazas tienen resonancias acuáticas. De los 636 nombres del húmedo callejero cacereño, 62 se refieren a ríos (22), islas (20), mares (10), océanos (5) y fuentes (3). La añoranza fluvial es tan intensa que hay cauces como el Tamuja que aparecen dos veces en el callejero.

Además, hay dos calles tan líricas como Aguas Vivas o Mira al Río que son más un canto de ausencia que de evidencia: la charca de Aguas Vivas fue desecada en 1885 y, como afirma el alcalde Saponi en el documental La pulga de agua , la calle Mira al Río ni mira a un río ni mira a nada. Pero si en Aguas Vivas no hay agua y en Mira al Río no hay río es porque los cacereños lo han permitido y lo permiten.

La ciudad feliz existe gracias a un cinturón de manantiales que emanaban del Calerizo (las fuentes del Rey, Fría, Nueva, Concejo y Rocha) o nacían en la vaguada existente entre Peña Redonda y la Sierrilla (La Madrila, Aguas Vivas, Fuente Hinche y otros).

Estas aguas abastecían a los 6.000 habitantes que tenía Cáceres a principios del siglo XIX. En 1880, con 14.000 vecinos ya, se planteó la necesidad de traer agua corriente. El paludismo y el tifus endémico asolaban la ciudad y su origen estaba en el encharcamiento de los terrenos cercanos a estas fuentes de agua potable, que también se usaban como lavaderos y abrevaderos.

Pero al igual que sucede hoy día con la polémica sobre si es mejor traer más agua de Portaje, Alcántara, el Almonte o Valdesalor; entre 1883 (primer proyecto de traída) y el 16 de julio del año 1900 (llegada del agua corriente a Cáceres), también se polemizó sobre si traer el agua de las minas de Aldea Moret, El Marco, La Umbría de la Montaña, el Almonte, el Tajo o el Calerizo.

Se trajo de Aldea Moret y fue tal el fracaso que los cacereños siguieron bajando a por agua a Fuente Concejo. 120 años después, la ciudad feliz sigue crispándose cuando se habla del agua, aunque hay cacereños que, como sus tatarabuelos, prefieren acercarse a Fuente Fría y evitarse problemas. Sólo una duda: ¿Acabará Fuente Fría como acabaron los siete caños de Fuente Concejo: condenados y encarcelados tras unas rejas?