El edificio del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura fue originariamente el hospital de la Piedad, construido en 1612 gracias al legado de Gabriel Arias de Prado, licenciado y miembro de una familia de potentados mercaderes de Cáceres. Su arquitecto fue Pedro López Periáñez y la obra la dirigió Juan Salgado. El inmueble prestó servicios sanitarios hasta que en 1790, y a instancias de Carlos IV, albergó la Real Audiencia de Extremadura.

En los años 50 ese Palacio de la Audiencia fue remodelado y su reforma la llevó a cabo Valentín Martínez Pinilla, en lo que supuso el desembarco en la ciudad de esta familia de constructores. Fue precisamente en la década de los 50 y aprovechando la obra cuando se le encargó al reconocido Enrique Pérez Comendador que diseñara un escudo de España en piedra que se colocó en la fachada posterior del palacio y que ahora, al amparo de la Ley de Memoria Histórica, se quiere retirar y trasladar a un museo de Salamanca, con la consiguiente oposición del historiador Antonio Manuel Barragán Lancharro, que ha defendido el valor patrimonial de la obra y niega que se trate de un blasón franquista puesto que, a su juicio, "representa a los antiguos reinos de España (Castilla, León, Aragón, Navarra y Granada) y no exalta la persona de Francisco Franco".

Tanto este historiador, que incluso se ha dirigido al Defensor del Pueblo, como el Instituto de Estudios Heráldicos y Genealógicos de Extremadura, han solicitado a un juez que proteja un escudo detrás de cuya construcción no solo estuvo Pérez Comendador, también estuvo Paco El Bigotes, que nació en Trujillo. Su padre murió y su madre, Inocencia Fernández, natural de Huertas de Animas, se casó en segundas nupcias con Joaquín Carrasco, que como era republicano quisieron fusilarlo en un puente, aunque finalmente lo trajeron a la cárcel de Cáceres. Al salir de prisión empezó a trabajar en Mirat, pero como no era adicto al régimen y se suponía que por ello no tenía derecho a trabajar, la empresa se vio obligada a echarlo, hasta que cuando las cosas se calmaron lo readmitieron. Joaquín fue toda su vida conductor de camiones de Mirat, una empresa que entonces estaba en lo que hoy es la plaza de los Maestros, muy cerca del almacén de los Jabato.

En casa de Paco El Bigotes eran, con él, siete hermanos: Pepa, Paca, Joaquín, Manolo, Isabel y Mari. La familia vivía en Aguas Vivas y Paco fue a la Escuela Elemental de Trabajo con don Arsenio Gallego en aquel Cáceres devastado por la guerra donde todo eran hospitales, cuarteles y analfabetismo. Pero don Arsenio se preocupó por Paco El Bigotes, al que enseñó dibujo artístico.

El maestro Canini

Paco vio asegurado su futuro cuando con las nociones que le había dado don Arsenio decidió hacerse cantero, entonces una profesión muy habitual en la ciudad. Así que Paco acudió al maestro Canini, suegro del célebre locutor de radio Cayetano Polo Polito, para aprender el oficio. Los talleres de Canini, en aquella época el cantero más famoso de Cáceres, estaban junto a unos eucaliptos muy grandes donde ahora está el Hotel Extremadura.

Paco El Bigotes, al que apodaban así por su mostacho singular, empezó de aprendiz construyendo la Cruz de los Caídos; trabajaba con mocheta, cortafríos, cincel y punteros. Así esculpía manualmente la piedra hasta convertirla en obra de arte. Cuando los materiales se estropeaban se acercaba a Gaona, que tenía una herrería en la plaza de las Canterías.

Paco se casó con Paula Criado, que era hija de un camarero al que llamaban el tío Chico y que pasó por muchos bares. El matrimonio tuvo seis hijos: Chinto, el futbolista, Emeterio, que está en Irún, Julián, que es médico y trabaja en Coria, Tenti, Matilde, y Quique, el del pub La Calle.

Vivían en Aguas Vivas, donde también vivían los Cortijo, el Piruli, Antonio El Pipa... un barrio muy cacereño donde estaba la fábrica de hielo de Manuel Lucas Rivero. La fábrica hacía hielo, obleas para los helados, repartía carbón y picón y de sus máquinas salía la gaseosa La Providencia.

Toda una cuadrilla

En la construcción del escudo de la Audiencia también participó Antonio Gil, que nació en Carmonita pero que a muy corta edad llegó a Cáceres. De pequeño vivió en la calle Gómez Becerra donde su madre, Angela, tenía una churrería donde estuvo Casa Severo, enfrente de la Seguridad Social. Antonio se casó con Antonia Rodríguez, que vivía en la calle Picadero. El matrimonio se trasladó luego a la calle Escampleros, en Aguas Vivas, y tuvo 4 hijos: Miguel, Quintín, Emilia y Juan Luis.

Así que el escudo de la Audiencia fue posible gracias a Paco El Bigotes, a Antonio Gil, pero también a Antonio Prieto, Jacinto del Amo, Ramón Galeano, Pepe... toda una cuadrilla de canteros cacereños a los que se debe la ejecución de obras tan significativas como la mitad de la Fuente Luminosa, porque la otra mitad la hizo Roberto Ferreiro, panteones de San Juan, de Santiago, de la concatedral..., la caja de ahorros, la antigua estación de autobuses, la obra de reforma de las Carmelitas o el bolígrafo de Colón con sus cuatro huevos que fueron pulidos con piedra pómez...

Cuando comenzó la crisis del sector de la cantería, Jacinto del Amo se unió a Banca Sánchez y se fundó Granymar, Paco El Bigotes montó un bar en Aguas Vivas, que luego llevaría su hijo Chinto. Para entonces el escudo ideado por Pérez Comendador ya estaba en la Audiencia, muy cerca de aquella plaza donde siempre olía a patatas fritas porque allí estaba la fábrica artesana El Gallo, con su perola de aceite hirviendo. Toda la familia trabajaba sin descanso. Los hermanos pequeños pelaban a mano las patatas y Nicolás, el mayor, las freía. El padre, que se llamaba Nicolás como el hijo, se encargaba de la venta. Nicolás se ponía en el ventanuco y vendía las patatas, aunque muchas veces salía a la calle con aquellas cestas abiertas como las que tenían los gamberos que venían a la feria, y las repartía por todo Cáceres.

En la Audiencia ya no huele a patatas El Gallo, tampoco está el Hospital de la Piedad y muy pronto, a no ser que un juez lo impida, dejará de estar un escudo obra de aquellos canteros cacereños que esculpían manualmente la piedra hasta convertirla en arte.