A partir del siglo IX llegaron los primeros pobladores del valle de San Juan a las playas del litoral chinchano hasta poner en pie Chincha Alta, hoy la décimoquinta ciudad más poblada del Perú, en la costa del Pacífico, a 15 kilómetros del mar. La agricultura y las fábricas de tejidos para la exportación dan en la actualidad trabajo a una población de 66.000 habitantes, donde el sueldo base se sitúa en 200 euros con precios al nivel de España y marcadas desigualdades sociales con dificultades para el acceso a la educación, especialmente entre las clases más desfavorecidas.

Pero siempre hay una luz que alumbra entre la oscuridad de tanta injusticia. Llegó de la mano de Miguel Ángel González, párroco de San Eugenio en Aldea Moret, que hace 25 años viajó junto a Mercedes Expósito, colaboradora de la parroquia, hasta el país andino para poner en marcha el Proyecto Educativo ‘Mayo con Perú’. Lo hicieron junto a la iglesia peruana Nuestra Señora de Fátima, entonces gestionada por el sacerdote palentino Santiago Calle Santos, fallecido hace tres años.

El proyecto pasaba por facilitar recursos económicos para que los niños pudieran cursar sus estudios de Infantil y Primaria. El primer niño admitido fue Martín Eloy, que culminó con éxito su formación y que hoy engrosa el listado de los 117 alumnos que a lo largo de estos 25 años se han formado en esta escuela de Chincha Alta. Hay médicos, arquitectos, informáticos... Es realmente un milagro. 25 años en los que Cáceres ha enviado 200.000 euros a Perú. Y todo gracias a la colaboración de la parroquia de San Eugenio, el colegio Diocesano, la iglesia cacereña de Fátima y muchísima gente anónima, que bien apadrinan a un niño durante un año aportando 500 euros, o bien, en la medida que sus economías les permiten, aportan una cantidad de dinero que construye esta montaña. A lo largo del año hacen talleres solidarios, rastrillos, tómbolas...

Estos días está por Cáceres Marilin Caraza Cobos; El Colegio Diocesano ha financiado su viaje a España coincidiendo con el 50 aniversario de su fundación. Es una mujer de envidiable fortaleza, coordinadora del departamento de becas del proyecto. La madre de Marilin trabajaba como limpiadora en la escuela, era ella la que timoneaba la familia: Marilin y sus tres hermanos. La pequeña Marilin entró en esa escuela, y sí, terminó sus estudios, se hizo profesora de Educación Física y hoy trabaja en el colegio Francisco Corbatto Rocca y además colabora en esa escuela de Fátima que tanto la ayudó: allí visita a los niños en sus hogares, les hace un seguimiento, programa talleres de refuerzo para ellos los sábados por la mañana y para los padres por la tarde... ¡Cuánto de bueno! Ella forma parte de un equipo compuesto por 30 profesores que con la ayuda de Cáceres hacen que la solidaridad sea, sin duda, un idioma universal.