En pleno debate sobre la España vaciada, esa que está matando a los pueblos, el fotógrafo Genín Andrada (Cáceres, 1963), de dilatada carrera profesional, pone sobre la mesa otro debate que hasta ahora pasaba inadvertido, el de la España saturada. Con el título ‘Madrid, pasarela de laberintos’, el artista acaba de editar un libro con textos de Julio Llamazares que ilustran las 115 instantáneas que ponen el objetivo en la superpoblación que castiga a las grandes urbes.

En sus imágenes, el autor refleja la falta de identidad, la soledad, gentes que deambulan desorientadas, en masa, protagonistas de este cambio de era en la que todo es una conexión que nos avisa de la llegada del metro, del bus, que nos engancha al teléfono móvil pero que hace despistarnos del mundo en que vivimos.

Andrada ha encontrado la inspiración en los personajes de ‘Metrópolis’, la película de Fritz Lang, de 1927, que ya hablaba del hombre robot y transhumanoide. «Son fotos de la mirada perdida, que queda deslumbrada, congelada por las luces de flashes, radiotransmisores y reflectores», explica el fotógrafo.

Realizadas en el centro de Madrid, el proyecto no descarta caminar a otras ciudades del país también afectadas por esta epidemia. De momento, el escenario está en Sol, Gran Vía, el Barrio de las Letras y mucho Chueca.

La almendra madrileña se condensa en este trabajo. «Son personas de un Madrid muy diferente al que yo viví cuando llegué en 1989. Ahora existe diversidad. La ciudad tiene un registro de tonos que muestran todas las tonalidades de piel. La diversidad era antes la gente que viajábamos de provincias a ganarnos la vida. Ahora llegan personas de todas las razas y eso nos hace ser un mundo más interesante».

Pero el libro tiene que ver también con la crisis existencial del ser humano atrapado en un mundo tecnológico. «Hasta las pasiones están robotizadas. Es algo parecido a abrir una puerta detrás de la que todo va a tanta velocidad que pasado mañana no sabremos en qué parámetros nos encontramos».

Genín Andrada nos muestra una sociedad cambiante y rápida en la que la tecnología también forma parte de esa velocidad. Pensábamos que esto era la modernidad, y sin embargo nos ha convertido en máquinas.

Detrás de todo esto subyace un problema doble: los pueblos se vacían y las ciudades se llenan. Emigrantes, temporales, estudiantes, todos quieren vivir en la urbe donde no hay suficientes maestros ni suficientes médicos ni suficientes servicios para atender a tanta gente. Situación crónica, con riesgo de tornarse eterna, que la cámara de Genín Andrada capta de forma magistral.