El mundo del espionaje ha estado presente en cuantos conflictos bélicos y no bélicos se han desarrollado a lo largo de la historia, desde la antigüedad hasta el tiempo presente. No ha existido guerra, trifulca o revolución que no haya necesitado del peligroso oficio de espía. Un asunto al que no fue ajena la villa cacereña que, durante los primeros meses de la Guerra de la Independencia, tuvo su propia red de espionaje. Por ello me gustaría escribir sobre dos de los espías que trabajaron para las autoridades locales.

Domingo María Faleiro, había nacido en la localidad portuguesa de Landrual en el obispado de Yelbes, en el año 1766. Su profesión de traficante de lanas había traído hasta Cáceres, donde se había casado, creando una familia que le hace instalarse definitivamente en la ciudad. En el mes de agosto de 1808, debido a su condición de portugués, la Junta de Gobierno de la villa de Cáceres, le encarga la difícil misión de convertirse en espía para controlar el movimiento de las tropas francesas, por si éstas hubiesen decidido poner rumbo a Cáceres. Durante el tiempo que dura su trabajo estuvo a punto de ser fusilado por los franceses y por los españoles, penetró hasta Portalegre para informar de los movimientos de tropas, salió ileso de milagro, de una escaramuza en el puente de Almaraz, entre franceses y españoles “con mucha perdida suya y cuarenta de los nuestros”, llega a escribir nuestro espía. Desde diciembre de 1808, Trujillo se convierte en principal bastión francés cercano a Cáceres, donde no se había querido desplazar ningún informador por el inmenso peligro que ello implicaba. Pues allí que se marcha Domingo, disfrazado y a caballo, para notificar sobre el número de tropas enemigas que hay en Trujillo y los movimientos que éstas realizan. Una información que nuestro espía va enviando a las autoridades locales de Cáceres, desde finales de 1808 hasta los primeros meses de 1809, llegando a visitar hasta cuatro veces la ciudad de Trujillo. Difícil tarea, propia de un hombre valiente, en una época en la que acabar ante un pelotón de fusilamiento era de uso corriente en casos de espionaje.

El segundo espía que hemos encontrado al servicio de la villa era Silvestre González, de profesión labrador, nacido en Cáceres en 1763, casado y padre de tres hijos. Silvestre es contratado a razón de 40 reales diarios, para que informe de la situación de las tropas francesas en el camino de Cáceres hasta el Tajo. El 17 de enero de 1809, sale de Cáceres en dirección a Trujillo acompañado de dos miembros de la Junta Patriótica. Llegados al puente de Almaraz, Silvestre es apresado por los franceses que le requisan el caballo y los enseres de viaje, cuatro mantas, un ceñidor, una escopeta y un capote. Además de estar apunto de ser fusilado por espía. Como no pueden imputarlo lo envían a Madrid, a la cárcel de El Retiro, donde permanece durante un mes, hasta que por falta de pruebas es puesto en libertad, llegando a Cáceres el 17 de febrero, después de haber venido andando desde la capital del reino.

Las aportaciones de los espías permitieron a la villa cacereña estar al tanto de donde se encontraban las tropas francesas para saber si estas podían llegar a invadir la población. Al final Cáceres no fue asaltada, como dijo su alcalde Gómez Becerra, «la villa, resistió con la lengua y la política, a defecto de otras armas».