En este momento en el que usted tiene a bien leer estas líneas, mi hija de quince años vuela a unos miles de metros de altura dice que para aprender inglés. Cuando todavía no tenía hijas o eran muy pequeñas, aseguraba a quien me quisiera escuchar que nunca cometería los errores de educación que observaba en otras familias. Ese pecado de juventud que tiene mucho que ver con la inexperiencia y con la arrogancia de la edad, va corrigiéndose poco a poco, de manera que cuando empiezas a pasar por los mismos procesos que antes criticabas, no lo haces por una especie de fatalidad irremediable, sino porque llegas a la conclusión de que es bueno para la educación de tus hijas. Siempre he sostenido que una de las condiciones más importantes para desarrollar una buena carrera como docente es ser padre, porque el que no lo es, o siéndolo no lo vive en toda su plenitud, no puede tener las mismas sensaciones que el que asume ese papel con naturalidad pero con responsabilidad. Las experiencias diarias como padre no pueden ser contadas o transmitidas a los que no lo son porque tienen mucho que ver con el sentimiento y con lo sensorial y tengo para mí que son decisivas para comprender las actitudes y las respuestas de los adolescentes con los que trabajamos en los centros educativos. Así ocurre con el aprendizaje de los idiomas por ejemplo.

Es curioso, el inglés es una de las pocas materias que estudian a lo largo de toda su vida académica y, sin embargo, nunca o casi nunca llegan a dominarlo. De manera que, aconsejado por mi propia experiencia, por los compañeros que enseñan inglés, y por ese aserto que dice que los chicos tienen que vivir su propia vida y no la de sus padres, decidimos que nuestra hija viajara a un país de habla inglesa.

No sé qué pensará usted, pero a mí me parece que una de las obligaciones que tenemos los padres con nuestros hijos es poner sobre la mesa todos los medios de los que dispongamos para facilitarles una educación de calidad. Y luego, ellos, con su libre albedrío, decidirán cómo aprovechar esos recursos y hasta dónde estirar las posibilidades de formación académica.

En todo caso, debo confesarle a usted que me está leyendo, que no estoy seguro de casi nada; no sé si es una opción acertada que viaje tan lejos y tanto tiempo con esa edad; no tengo muy claro si aprenderá o no mucho inglés, y ni siquiera sé si merecerá la pena el asunto. Pero de eso se trata porque si lo tuviéramos todo asegurado la cosa no tendría gracia.