La eucaristía tiene un ritmo parecido a la cena pascual que celebran los judíos: recuerda un pasado, lo actualiza en el presente y nos proyecta hacia un futuro que esperamos y que, con la ayuda de Dios, nos esforzamos en construir. Después de la consagración, el pueblo aclama el sacramento: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!". Luis González Carvajal dice en uno de sus libros que "la eucaristía es la celebración del tiempo intermedio: quienes la celebran tienen un ojo puesto en lo que ya ha tenido lugar y el corazón impaciente esperando la llegada de lo que falta".

El pan y el vino no sólo "recuerdan" lo que fue la vida de Cristo, sino que hacen presente en la eucaristía a Cristo resucitado. Sólo la resurrección hace posible la presencia real de Cristo en la eucaristía. Si no hubiera resucitado, no pasaría de ser una manera de recordar a un difunto. Una auténtica vivencia pasa por el convencimiento de que Jesús ha resucitado, vivo y presente en su comunidad empujándola a seguir construyendo el Reino de Dios, un mundo más justo y fraterno.

Cáritas ha propuesto para este año en su campaña la integración de los inmigrantes. La comisión de Pastoral Social dice que "esta propuesta debe ser acogida y desarrollada desde el dinamismo profundo de la eucaristía. Abramos los ojos y aprendamos a ver al inmigrante que, con su trabajo, contribuye a preparar el pan y el vino del banquete sagrado. Ensanchemos nuestro corazón, casas y comunidad eclesiales para acogerlo como hermano".

La eucaristía bien vivida es el más radical acto de protesta contra una sociedad en la que unos hombres oprimen o marginan a otros. Aunque nos consideremos cristianos, si a la vez nos aprovechamos de los demás, o simplemente los ignoramos, no podemos celebrar la eucaristía más que haciendo de ella una máscara de nuestra vida real. Es la historia de un marqués que, al cederle el paso uno de sus criados cuando ambos iban a comulgar, le contestó: "Pasa tú delante, aquí somos todos iguales" (en lo que implícitamente estaba contenido: "sólo aquí").

Cosas similares se dan muchas veces entre nosotros: nuestra vida cotidiana no está suficientemente inspirada en lo que creemos y celebramos dentro de la iglesia. Esa es la peor deformación, cuando una comunidad cristiana celebra la eucaristía y a la vez cierra su corazón ante la pobreza y la exclusión social. En nuestro tiempo, en cambio, hacemos problema de cosas bien distintas: qué vestido, qué forma, qué gestos, quién lee y pasamos por alto si se dan o no las condiciones mínimas de fraternidad necesarias para celebrar la eucaristía.

"El pan de la concordia", como decía san Agustín, no se puede comer donde no hay concordia. Por eso el Corpus Christi es el día de la caridad, de Cáritas, que ayer recordó que debemos vivir en "concordia" (de corazón a corazón) con los inmigrantes.