En la ciudad feliz , el constructor es una figura emblemática. A falta de grandes empresarios industriales, sin financieros de renombre y sin comerciantes al por mayor de peso, los constructores se han convertido en el pilar de la economía local. En realidad, en Cáceres, o eres funcionario, o eres dependiente, o eres albañil. Las industrias medianamente poderosas de la ciudad feliz son de capital francés (Catelsa ) o tienen su sede central en Madrid (Induyco ). Sólo los constructores son genuinos empresarios cacereños de toda la vida.

En Cáceres, cuando hay alguna polémica o algún problema, pueden suceder dos cosas: que sean los constructores quienes lo provoquen (caso del teatro Principal) o que sean los constructores quienes sean llamados a solucionarlo (caso del baloncesto).

La ciudad feliz parece girar alrededor de la construcción y si en otros lugares se pone el ejemplo de un banquero o de un plutócrata para decir que alguien es muy rico, en Cáceres se suele echar mano de algún apellido de constructor que ya ha entrado a formar parte del imaginario colectivo.

EN LA MURALLA Esta mitificación de su excelencia el constructor no es, sin embargo, cosa de hoy, sino que viene de muy atrás. Ya en el año 1492 había en Cáceres un procurador llamado Gonzalo Martínez Espadero que se distinguió por reparar las murallas con su equipo de albañiles. El tapial había sufrido las consecuencias de un invierno muy lluvioso y Espadero se comprometió a repararlo en cinco años cobrando 150.000 maravedíes.

Lo curioso de la cuestión es que ya entonces existían esas relaciones, siempre inquietantes, entre el poder y el constructor. En este caso, el propio promotor era procurador de la villa. Además, era un poco chapuzas pues sus reparaciones no fueron aprobadas tras una inspección ordenada por el príncipe Juan. No se oscureció, sin embargo, la influencia del constructor Espadero, que en 1501 conseguía el monopolio de la venta de jabón en Cáceres, aunque sería denunciado por los vecinos por la mala calidad de su producto.

Con el paso de los siglos, los constructores siguieron siendo un grupo social poderoso e influyente. Resulta muy significativo que hasta el último tercio del siglo XX, los barrios de la ciudad feliz recibieran el nombre de su constructor. Nadie se imagina hoy que un barrio se llame de Placonsa, de Progemisa, de Aesa, de Magenta o de Iniexsa, pero durante los siglos XVIII, XIX y XX, los cacereños honraban a constructores y promotores de tal manera que bautizaban calles y barriadas con sus nombres.

Así, durante la segunda mitad del siglo XVIII, el comerciante Julio Busquet, el presbítero Francisco Luna, el ganadero Vicente Marrón y el negociante y banquero José García Carrasco levantaron las casas que darían lugar al barrio de Busquet, a la calle Francisco Luna, a la plaza Marrón y a las casas o calle de Carrasco en Camino Llano.

Durante el siglo XIX siguió la costumbre: el comerciante Calaff levantó sus casas, la popular tabernera Teresa Berrocal edificó el barrio o calle que aún lleva su nombre (La Berrocala) y el veterinario Antonio Cotallo dio su apellido a la casas que construyó en lo que después sería conocido como cuesta del Gran Teatro.

Durante el siglo XX, los barrios siguieron bautizándose con el nombre de quienes los levantaban, ya fuera el constructor Pinilla, ya fuera el promotor episcopal Llopis Ivorra, valiente valenciano que ha entrado en la historia de la ciudad feliz no por sus muchas obras pías o su defensa de las buenas costumbres en las piscinas, sino por ser el gran obispo constructor de España. Como decía un irónico aficionado el viernes, si Llopis viviera, el Cáceres seguiría en ACB.