La clonación de las tarjetas de crédito se realizaba mediante la obtención de los datos de las bandas magnéticas de las víctimas, a cada una de las cuales se ha estafado entre 1.800 y 8.500 euros. Para ello se utilizaban unos pequeños lectores en connivencia con empleados de los comercios, que cobraban a los clientes pasando la tarjeta por el terminal de venta y, seguidamente, la pasaban una segunda vez por un lector que almacenaba los datos en su memoria. Estos se volcaban sobre la banda magnética virgen de una tarjeta nueva en la que troquelaban el nombre de la persona ficticia que se ampararía bajo un pasaporte o carnet falsos. Las tarjetas se utilizaban para adquirir objetos de mucho valor, que después vendían en el mercado negro.