"Los gatos le daban vida a la calle Hornillo, ahora es como si la calle también hubiera muerto", afirma Brígida Moreno. Ella y Fernanda Valdés iniciaron hace semanas una protesta --secundada por otros vecinos de la zona-- contra el exterminio de una pequeña colonia de gatos que en los últimos cinco años habían adoptado residentes de este callejón que nace en la plazuela del Socorro y muere en Caleros.

De ocho gatos, solo uno parece haber sobrevivido al veneno que presuntamente colocaron vecinos que se oponían al deambular de estos felinos. "Sabemos que los envenenaron porque recogí a uno moribundo y lo llevé al veterinario, que confirmó que tenía el hígado destrozado por un veneno", relata Valdés.

El temor ahora es que la desaparición de los gatos haga proliferar las ratas en la zona porque el patio donde vivían "está abandonado". En protesta a la matanza de los animales, colgaron de las fachadas carteles con el lema Vive y deja vivir y fotos de gatos. También, informaron a la Protectora de Animales, pero no se hizo nada.

Años de convivencia

La historia de convivencia de estos gatos con el vecindario de Hornillo comenzó hace cinco años. Hasta entonces habían pertenecido a los dueños de una casa de Cuesta del Maestre, que desocuparon el inmueble abandonando a los animales en su patio trasero, que da a Hornillo. Los gatos, ya domesticados, encontraron la manera de buscar comida en el exterior y así los fueron adoptando gran parte de los vecinos, que asiduamente les procuraban alimentos ante la vigilancia crítica de otras vecinas.

En estos años, los gatos se reprodujeron. Los mismos vecinos que se preocupaban de alimentarlos, se cuidaron de controlar la población de la colonia de felinos para que no creciera y fueron repartiendo las nuevas camadas. "Regalábamos los gatitos para que no hubiera demasiados", aseguran las jóvenes.

El primer gato murió a palos, el resto con veneno, posiblemente raticida. Los felinos fueron poco a poco desapareciendo desde diciembre del año pasado. Algunos cadáveres no han aparecido. Dejaron de verlos y los vecinos piensan que murieron en el patio de la vivienda, donde supuestamente "estarán descomponiéndose". Otros los enterraron ellas mismas. "Hay que tener pocas luces y ser cobarde y egoísta para llevar a cabo una acción así", critica Valdés.

Según ambas vecinas, los gatos "no molestaban a nadie" e incluso los turistas les hacían fotografías tumbados al sol en las aceras o las ventanas, acompañados a veces por mininos de otras calles que llegaban para cortejar a las hembras. "Eran nuestros gatos, del barrio, y nos los han matado --lamenta Brígida Moreno--. Alegraban la calle y ahora el mal puede ser peor".