Su tía, la de Soria, le había regalado un flamante fagot por su santo y el chiquillo decidió aprender a sacarle los registros más complejos. Tras hacer varias horas de cola ante el mostrador se quedó sin plaza en el Conservatorio Oficial de Música. Algo que ya le había sucedido en la Escuela de Idiomas pues también deseaba ser políglota.

Pero ya se sabe que la juventud de hoy en día es muy osada e irresponsable y decidió buscar soluciones. Se presentó ante la autoridad competente con su fagot al hombro: "Buenos días tenga usted. Es que a mí me gusta la música". La autoridad constató que conectaba con la juventud. "Toma. Y a mí. Escucha: Bulería, bulería...".

El chico se tragó las ganas de llorar: "Es que a mí me gusta tocar el fagot". Ya. El fa ...eso. "¿Y por qué no te conformas con tocar la armónica?". El fagot.

La autoridad aprovechó para hacer campaña: "Ahí tienes un ejemplo de nuestra preocupación por la cultura. Antes de llegar nosotros a los nenes les gustaba tocar don Nicanor tocando el tambor. Desde que nos hicimos cargo del poder quieren tocar el fa ..eso". Claro, claro. "Pero es que no tengo sitio donde aprenderlo". Imposible. "¿Pero tú me vas a decir a mí que habiendo hecho nosotros tantas cosas no hay un lugar para tocar el bicho ese?". "¿Es que no os hemos dado el ferial para que hagáis lo que os dé la gana? ¡Al ferial!".

A punto de frustrarse del todo, el chiquillo se presentó ante otra autoridad más competente todavía: "Good morning. I love...". La autoridad echó mano del teléfono. Apareció en ese momento el escribiente del subsub del vicevice de relaciones indeterminadas con personas no determinadas. "Paco, mira a ver, que este tío es un inmigrante. Comprueba si tiene los papeles en regla y si no a Marruecos".

El chiquillo tiró el fagot a la basura y se fue a hacer el botellón. Bulería, bulería.