"Por estas fechas, siendo yo niña, iba a recoger a mi madre por las tardes los días que había ido a lavar nuestra ropa y allí tenían las lavanderas al pelele mientras tomaban café, porque eran muy cafeteras", recuerda Gabriela García, alumna del Aula de la Tercera Edad de la Universidad Popular y testigo directo de la vida de aquellas mujeres trabajadoras que Cáceres recuerda y homenajea cada febrero con la fiesta de Las Lavanderas, que se celebra el próximo viernes. Como sucede desde hace más de dos décadas, el taller de Historia Oral es el que coordina todos los trabajos desde hace tres semanas y ya están casi a punto.

"Lo primero que hacemos es decidir el atuendo, con la ropa que van trayendo los propios alumnos", explica Fernando Acedo, que por tercer curso imparte este taller, en el que participan 15 mayores. El pelele de este año es de categoría, con unos mocasines Martinelli de color negro, pantalón azul marino de pinzas, corbata estampada, camisa azul, chaqueta beige y por supuesto, el sombrero de paja que deja ver una mirada a medio camino entre el temor y el desafío, con la que se encaminará a su ajusticiamiento en la plaza Mayor de Cáceres. En su interior, paja y papel hasta rellenar una talla 'XXL' que inevitablemente será pasto de las llamas.

"Para nosotros La fiesta de Las Lavanderas es algo muy bonito que no se debe perder. Si en lugar de darse dos coquillos se dan uno, no pasa nada, pero lo importante es que la fiesta siga", reivindica Guadalupe Prieto, otra de las alumnas, que participa desde hace años en los actos de la fiesta y que ya incluso tiene a punto el traje con el que este viernes desfilará en la comitiva que acompaña al 'febrerillo'. Llevará lo que marca la tradición, con mandil negro, blusón y toquilla, además de la garganta bien clara para afinar en la coplillas que guían siempre el paseo del 'febrero' por el centro de la ciudad a lomos de un burro.

COPLILLAS Los cánticos recuerdan los que las propias lavanderas dirigían al pelele el día de la fiesta, que en el origen era el último día de febrero. De hecho, lo que se hacía es que, desde el 1 de febrero, el muñeco figuraba en cada lavadero como testigo de la climatología del mes y se le acompañaba cada día de piropos o descalificaciones en función de cómo hubiera sido. El 28 o el 29 de febrero se procedía a su ajusticiamiento para conmemorar que la época más dura de trabajo había acabado, según se recoge en el libro Aprender desde el recuerdo elaborado a partir de las historias recopiladas en el Taller de Historia Oral.

Cuando se recuperó la fiesta se unió a los actos carnavaleros y se convirtió en el arranque de la fiesta pagana por excelencia, a pesar de que "nunca antes habían tenido relación", recuerdan en la UP. Aun así, este año la tradición del recuerdo de las lavanderas volverá a abrir las fiestas del color y la diversión.